La ministra no pinta nada y es una mera secretaria del auténtico ministro de Economía y de todo lo demás, Rodríguez Zapatero
Lo más significativo de las intervenciones de Elena Salgado ocurrió ayer en la bancada socialista. No se la creían ni ellos.
Desoladoras para la ministra sus reacciones, desganadas, desanimadas, quizá desdeñosas.
Aplausos de un tercio, de la mitad en el mejor de los casos, sin voluntad de arroparla frente a las protestas populares.
Lo que pone en evidencia algo que percibe hasta el último de los españoles, no sólo Solchaga, que la ministra no pinta nada, que es una mera secretaria del auténtico ministro de Economía y de todo lo demás, Rodríguez Zapatero.
Escribe Edurne Uriarte en ABC que Salgado se resintió especialmente con el recordatorio de esa realidad.
Cuando Rajoy le perdonó la vida porque no es usted sino Zapatero el verdadero responsable de estos presupuestos.
«Una extraordinaria falta de respeto», se quejó, machista, estuvo a punto de espetar quien sabía lo que aceptaba, una sumisa ayudantía, cuando sustituyó a Solbes.
Y aunque Zapatero quisiera una auténtica ministra, el problema de Salgado es que no está preparada. Como lo demostró ayer en los turnos de réplica, en las auténticas pruebas de fuego del liderazgo, sin traza alguna de liderazgo económico y mucho menos político.
Insegura, nerviosa, con un lenguaje facial y corporal que habría que someter al análisis de Tim Roth y su equipo de analistas de la mentira.
¿Era víctima de los nervios, querido Tim, o la ministra no se creía una palabra de lo que estaba defendiendo?