Un grupito de ministros desorientados y mínimos interpretan esperpentos que, como el del «Alakrana», dan la dramática medida de la situación
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Zapatero tiende a ponérselo difícil a sus devotos. El presidente del Gobierno no desperdicia ninguna ocasión, especialmente cuando viaja más allá de nuestras fronteras, para demostrar su parvedad y, supongo, eso debe de resultarles doloroso y amargo a quienes han hecho oficio de su militancia socialista y tienen en el líder, más que un faro o una referencia, un empleador y jefe de personal.
Con ocasión del vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, punto final de la guerra fría y arranque de una nueva era en las relaciones internacionales, los grandes dirigentes del mundo han competido en valoraciones brillantes y expresiones rotundas.
Escribe Manuel Martín Ferrand en ABC -«Parvedaz presidencial«- que José Luis Rodríguez Zapatero, negado para la grandeza y obsesionado por su mala memoria histórica, se limitó a comparar el acontecimiento, un hito en la historia de la libertad, con la muerte de Francisco Franco. ¿Hay quién dé menos?
Aunque La Moncloa parece, más que el despacho de un primer ministro, un albergue de asesores y paniaguados, está claro que el presidente necesita renovar a sus guionistas de cabecera.
A los grandes hombres les hacen, primero, quienes elaboran sus discursos e intervenciones públicas y, después, sus biógrafos.
Dado el nivel de las declaraciones a que nos tiene acostumbrados el personaje, la labor de quienes las recopilen para las generaciones venideras habrá de ser titánica y, para ser algo, fantasiosas.
En noviembre del 89 se desmoronó el comunismo soviético, el fantasma que, superados los intentos totalitarios del fascismo y el nazismo, frenó el desarrollo de la libertad en medio mundo.
Sus vestigios actuales, China incluida, son estertores contradictorios de una lenta agonía. Ante algo así, inmenso, el de León -o quien le escriba- no abordó ninguna idea de largo recorrido y se quedó en las cercanías de su propia pequeñez:
«Nosotros también habíamos tenido una caída reciente del muro (…) que durante cuarenta años tuvimos en España».
No es de extrañar, ante tan párvulo entendimiento de la realidad circundante, que las cosas vayan como van en el interior.
En un embravecido mar de corrupciones plurales que los representantes del Instituto de la Empresa Familiar consideran como acelerador de la crisis, un grupito de ministros desorientados y mínimos interpretan esperpentos que, como el del «Alakrana», dan la dramática medida de la situación.
¿Y la oposición? Ni está, ni se la espera.