Aconseja la sabiduría popular que hay que saber distinguir entre lo urgente y lo importante
El ejercicio del poder es todo un arte, que para hacerlo con acierto, hay que combinar muchos elementos: conocimiento de lo que se tiene entre manos, recursos disponibles, tiempos necesarios y discurso coherente con lo que se realiza.
A la lista se podrían añadir más elementos, pero hay un previo, y que siempre debería estar presente, que es el de la compostura; es decir, no perder los papeles ni los nervios, no flaquear en las formas y mucho menos en las palabras.
Es comprensible que gestionar una crisis económica haciendo justo lo contrario de lo que aconsejan todos los organismos internacionales y nacionales; hacer frente a un secuestro _el segundo_ de 36 marineros cuyas mujeres provocaron una auténtica tormenta de opinión pública; leer encuestas propias y ajenas que confirman una clara tendencia a la baja; prometer una ley de Economía Sostenible que al parecer ni está ni se le espera y lidiar con una Oposición en absoluto dispuesta a la compasión, no es como para estar tranquilos.
Y todo esto se produce cuando estamos a las puertas de asumir la presidencia de turno en Europa, que ya tiene un presidente que, amparado por Francia y Alemania, puede, en contra de los primeros juicios, llegar a sorprender y que ya, de entrada, es de los que se opone a la entrada de Turquía en la UE, al igual que Merkel y Sarkozy, en contra, por cierto, de las tesis del Presidente Zapatero.
La coyuntura general no es buena para el Gobierno, pero nada le hace más daño que perder la compostura.
Y esta se pierde cuando se ven claros intentos de pasar página y, como los marineros ya están a salvo, aquí no ha pasado nada añadiendo que el PP atosiga al Ejecutivo y que quiere sacar rendimiento político de «un hecho desgraciado», como si nunca antes el Ejecutivo de turno no hubiera tenido que sufrir los apremios de la Oposición.
Basta con recordar acontecimientos no lejanos en el tiempo como el Prestige o el propio 11-M, en donde la oposición no abdicó de su papel sin dar tiempo al tiempo.
Las dosis de torpeza, de mal cálculo político que en ambas situaciones se podrían atribuir al entonces Gobierno del PP debería ser lección bastante para que ahora que se es Gobierno no caer en los errores que entonces se criticaban, máxime cuando el Gobierno ha querido hacer del «talante» su santo y seña.
Aconseja la sabiduría popular que hay que saber distinguir entre lo urgente y lo importante y aquí y ahora nada, ya resuelto el secuestro del Alakrana, no hay nada más urgente que el Gobierno retome la compostura, que se serene, que entienda el papel de la Oposición, que se siente y reflexione sobre su propia situación, que es, en estos momentos, probablemente la peor desde que hace cinco años Rodríguez Zapatero, a modo de Moisés, separó las aguas y les llevó a la tierra prometida del poder.
De aquí a las elecciones generales, salvo que se produzca un adelanto que en estos momentos nadie está en condiciones de negar de manera taxativa, el Gobierno, es decir: el Presidente, en teoría tiene tiempo para recomponer la compostura.
Pero para que esto sea posible primero es necesario un cierto ejercicio de humildad y admitir que no todo lo hacen bien; es probable, además, que haya que restablecer algunas relaciones hoy deterioradas y, quien sabe, si acudir a una remodelación del Gabinete.
No lo descarten y, por si acaso, apunten dos nombres: José Blanco y Carmen Chacón, porque si algo es seguro es que el Presidente, en ningún caso, va a prescindir de ninguno de los dos.