Esas coñas no pueden ser obra de diplomáticos profesionales; se adivina en ellas la acariciante mano y el permanente impulso del señor presidente
De eso ya no se acuerda casi nadie, porque las palabras de los políticos se las lleva el viento, pero fue hace año y medio, con Kofi Annan a su vera, ante un auditorio repleto de diplomáticos y en el Museo del Prado donde Zapatero anunció una política exterior «comprometida».
Añadió, solemne como hace siempre aunque hable de cualquier nimiedad, que sería algo «prioritario» y contaría con su «permanente impulso».
Con la que nos está cayendo encima en economía, se podría entender y hasta disculpar que la política exterior no fuera en esta etapa una prioridad para nuestro presidente.
Pero él no lo ve así. Es evidente que, en lugar de emplearse a fondo para atajar el constante crecimiento de nuestra la famélica legión de parados, lo que le mola en estos momentos a Zapatero es la escena internacional.
Caso contrario no se explica lo mal que lo estamos haciendo. En Afganistán, donde nuestro único objetivo es agrada a Obama y el Gobierno socialista se aferra a la ficción de que nuestros soldados están allí para hacer el amor y no la guerra.
En Honduras, donde España ha estado alineada durante muchos meses con facinerosos de la catadura de Ortega, Castro o Chávez y ha terminado con una esperpéntica declaración de Moratinos proclamando que ni reconocemos ni ignoramos el resultado electoral.
Esas coñas no pueden ser obra de diplomáticos profesionales. Se adivina en ellas la acariciante mano y el permanente impulso del señor presidente.
Cuando al inicio de su segundo mandato habló de «política exterior comprometida», algunos ingenuos pensamos que se refería a una actuación comprometida con el sentido común, los intereses de España y los valores que profesa la mayoría de la ciudadanía española.
Nos equivocamos. Zapatero debía estar pensando en el sentido literal del término, tal como aparece en el diccionario de la Real Academia:
«Que está en riesgo, apuro o situación dificultosa».