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El pasado martes en la La Coruña durante la celebración del congreso sobre «Lo que de verdad importa» se pudo vislumbrar bien, tanto por las ponencias como por la reacción del númeroso público participante, la profundidad del fenómeno de las carencias actuales en la educación, esencialmente en el universo de los valores.
El asunto no es nuevo. Una de las reflexiones más lúcidas la hacía Churchill [Obras Escogidas Aguilar (p. 1055)] cuando reflexionaba sobre el genuino sentido de la democracia:
«Digo que lo que menos representa a la democracia es la ley de la chusma y el intento de introducir un régimen totalitario y de clamar por el fusilamiento de de todos los que políticamente estorben, haciéndoles figurar entre los presuntos eliminados en virtud de la acusación, muy a menudo infundada, de haber colaborado con los alemanes durante la ocupación. No hagamos caer la democracia tan bajo, no consideremos la democracia como si consistiese meramente en adueñarse del poder y fusilar a quienes no concuerdan con nosotros. Esto es la antítesis de la democracia».
«La democracia, dije, no se funda en la violencia o el terrorismo, sino en la razón, en el juego limpio, en la libertad, en el respeto de los derechos de las demás personas…»
«Yo confío en el pueblo, en la masa del pueblo de casi todos los países, pero me gusta asegurarme de que trato con el pueblo y no con una partida de bandidos de las montañas o del campo que piensan que pueden, por la violencia, derribar la autoridad constituida, y, en algunos casos, antiguos parlamentos, gobiernos y estados…»
Lección de un héroe que no se doblegó y que no estaría de más que tuviéramos presente en la crispada y decadente España actual. La democracia, pues, no es sólo cosa de números, de mayorías. No por ser más se tiene más o alguna razón. Pitágoras ya nos advertía que el Universo es una combinación armónica de números e ideas. Para que las cosas funcionen como sistema deben funcionar también sus partes. No puede haber ni persistir una democracia sin demócratas ni una república sin republicanos. Ahí aparece el sentido social de la educación en el mundo de los valores metafísicos.
Y también la responsabilidad de los intelectuales que parecen desaparecidos en nuestra patria. Hace unos años tenía la oportunidad de reseñar un libro de Gorge Steiner que describía una experiencia del gran intelectual en una conflictiva escuela patera de las afueras de París ayudando a una joven profesora en su casi heroica tarea al borde del permanente ataque de nervios. Un librito sobre cómo enseñar a pensar en la escuela: «Elogio de la transmisión». Enseñar a pensar y enseñar a respetarse unos a otros. A aprender a conllevarse al menos si es que no se quieren estrechar los marcos de convivencia.
Curiosamente en la España actual la amenaza a nuestra convivencia, bienestar y desenvolvimiento espiritual, intelectual, social y económico como pueblo no se encuentra tanto extramuros del sistema como decía Churchill cuanto dentro de las propias instituciones que muchas veces combaten a la Nación a la que deberían servir. Pero una cosa es el pueblo y otra los bandidos. Una diferencia se encuentra precisamente en la educación.
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