Dice Artur Mas, que es político ya casi en campaña electoral y con grandes posibilidades de llegar a ser presidente de la Generalitat, que Zapatero «está acabado y debe ser sustituido». Al tiempo, los de Convergencia i Unió piden un Gobierno de coalición, que contribuya a arreglar las cosas de la economía, dado que el Gobierno por sí solo no parece poder hacerlo. Una situación económica a la que, por cierto, hay sectores que la pintan con caracteres más negros que otros, que ven el cuadro solamente de un gris ceniciento, como la nube islandesa que ha dejado varados tantos aviones, de nuevo, este fin de semana. El caso es que nadie ve el horizonte color de rosa y el último sondeo del CIS no parece indicar que los españoles vean la situación con demasiada esperanza…
Enmarcado en este panorama inestable, en el que ha habido hasta quienes han aprovechado la operación quirúrgica al Rey para barajar una hipotética ‘operación abdicación’ en la persona del Príncipe, el último intento, pilotado desde la oposición, desde Cataluña y también desde algunos comentaristas, se centra en propiciar un clima de elecciones anticipadas «para desbloquear la situación». No parece, a la luz de los últimos datos de las encuestas, que la disolución del Parlamento y la convocatoria de unas elecciones anticipadas sirviese para dar un giro a la actual coyuntura, en la que impera el pesimismo ciudadano, como bien nos lo muestra la mentada encuesta del CIS de este lunes. Pero tengo para mí que las voces que reclaman esta salida están más interesadas en desgastar a un ya patentemente deshinchado ZP que en otra cosa.
Ignoro, desde luego, cuál sería la solución ideal para frenar la caída de Zapatero. Todo lo hecho hasta ahora por el presidente ha sido excesivamente tibio, contradictorio, de alcance limitado. Curiosamente, el fogoso Zapatero se ha vuelto conservador en sus planteamientos: podría, por ejemplo, haber dado un paso de gran alcance en su encuentro en La Moncloa con Rajoy, pero se quedó alicorto, en vuelo rasante (bien es cierto que también Rajoy tiene su parte alícuota de culpa: la última pirueta en el PP es ahora amenazar con una moción de censura…que difícilmente resultaría vencedora).
Pero hay más: igualmente, Zapatero podría haber ofrecido internamente el pacto de reducción del déficit –que luego tuvo que ceder, el domingo, en Bruselas–, y se limitó a quitar a una treintena de directores generales, que apenas ahorran quince millones de euros a las arcas; podría salir a los medios de comunicación para mantener contactos directos con el ciudadano, pero prefiere ceñirse a repartir leña al líder de la oposición en las insulsas sesiones de control parlamentario de los miércoles.
Me cuesta creer, aunque a veces lo parezca y aunque los datos de los sondeos casi lo corroboren, que Zapatero se sienta ya amortizado. Aunque le veo con menos ilusión que nunca, es cierto; pero también lo es que comparte ese espíritu de cierta atonía con sus colegas europeos, preocupados colectivamente por cómo van las cosas…y por cómo irán, aunque es verdad que nadie parece capaz de predecir el futuro sin errar gravemente. Me cuesta aún más creer que, como dicen algunas fuentes monclovitas, ZP esté cada día más inclinado a no presentarse a la reelección, dejándolo todo en manos de un sustituto/a.
Me cuesta creer todo esto, pero uno, que tiene su particular memoria histórica, recuerda el chaparrón mediático que le cayó a Adolfo Suárez, hace exactamente treinta años, cuando consumía sus últimos meses en La Moncloa, y recuerda uno aquel desánimo presidencial, que le llevaría a acabar tirando la toalla. No caeré en la tentación de comparar ambas situaciones, porque aquella era más grave, ni diré yo que ahora Zapatero no tiene quién le defienda; pero resulta indudable que su popularidad ha caído en picado, que su sonrisa confiada ya no es la misma y que su optimismo antropológico se está dando, y no por primera vez, de tortas con la realidad. Quo vadis, Zapatero? Quién lo sabe…
