Su ilusa manera de no querer ver las cosas había contagiado a no poca gente sobre todo en ese sector anclado en el sentimiento de la sigla que le impide emerger en muchas ocasiones a la luz de la razón o, al menos, del sentido común.
Pero también había calado entre quienes sólo quieren oír buenas noticias aunque tengan la sospecha de que sean mentira. Fueron aquellos que en el debate Solbes-Pizarro dieron ganador al primero porque era más gratificante creerse que no había problemas que escuchar que estaban tocando a la puerta y que iban a meterse hasta la cocina si no se ponía pronto remedio.
Hoy han inundado toda la casa y llega el agua hasta el tejado. Pero aquellos que advirtieron de la riada fueron desterrados del reino feliz y tratados de dragones y madrastras.
Aquello fue el principio del cuento y entre cuentos nos ha venido trayendo desde aquel día. Cuentos de que no venía el lobo , cuentos de que no se rompía el cántaro, cuentos de la lechera con los dineros y cuentos de que ya estábamos a punto y a puntito de volver a ser felices y comer perdices.
Cuentos cada vez más increíble pero que tan solo hace un verbo y unas horas seguía balbuceando la Salgado en el Congreso y reafirmaba con engolado énfasis nuestro presidente anunciándonos una vez más y por duodécima vez en doce meses que lo peor había pasado.
Cuentos que luego Hansel Pepiño y Gretel Pajín transformaban en la casita de chocolate que, como siempre, se querían comer los ogros del PP. Cuentos que llegaron tan sólo hace unos meses, cuando los clarines monclovitas pregonaron el acontecimiento planetario de que ZP iba a presidir investidos de mayestáticas púrpuras Europa, al delirio de poner en un “edicto” (está escrito) que íbamos a mostrar al continente la manera de afrontar y salir de la crisis.
Ese ha sido el cuento. En el cuento han pretendido que viviéramos para seguir ellos, mientras tanto, del cuento viviendo. Pero el cuento se acabó. Llego el beso de la verdad y nuestro “encantador” príncipe ahora es la rana. Que allá el y sus croares. Pero lo malo es que nos ha dejado el castillo, nuestra fortaleza y nuestras casas , convertidas en una charca.