Entre la espada de sus promesas y la pared del FMI y la UE

La peregrinación de Zapatero de Rodiezmo a Elche

El presidente debió dormirse cuando dieron en clase a Ortega

Zapatero va a tratar de aguantar los casi dos años que nos quedan sin apearse del burro

«No he cambiado yo, sino las circunstancias», dijo ante su cla para justificar los bandazos que implica el tijeretazo, como si fuera posible disociar al personaje de sus responsabilidades.

Porque esta vez se encuentra entre la espada y la pared. La espada de sus promesas y la pared de la cirugía de hierro que se ve obligado a adoptar por la presión de Obama, la UE y, ayer, el FMI.

Mucho ha llovido desde sus baños de multitudes obreras de Rodiezmo. Tras el anuncio del tijeretazo teme la reacción de la izquierda y de amplias capas de población afectadas por el ajuste (pensionistas, funcionarios, madres de familia), así como el panorama que comienzan a trazar todas las encuestas, incluida la del prozapaterista Público («El PSOE se desploma», llega a titular).

Y busca contrarrestarlo con actos como el del domingo, jugando a hombre de Estado («pensando en el futuro de España, y no en ninguna convocatoria electoral»), cuando los hechos demuestran que no le ha preocupado lo más mínimo lo primero, como advertía ayer Cospedal.

Y eso que el recorte no ha hecho más que mostrar sus aristas más duras.

¿Qué pensarían los ediles ante los que presumió de sus políticas sociales cuando ayer, un día después de Elche, se enteraron de que el Gobierno les ha cerrado el grifo financiero a los ayuntamientos, que ya no podrán pedir créditos hasta 2012?

Pero el zigzag parece consustancial al líder socialista. Comenzó prometiendo el pleno empleo en 2004, y ha alcanzado el récord de los 4,6 millones de parados; dijo que las políticas sociales eran sagradas y en cuestión de días anuncia el mayor recorte social de la democracia; apuesta primero por el gasto público expansivo y cierra después el grifo, congelando las obras de Fomento; se niega a la reducción drástica del déficit para no perjudicar el crecimiento -como dio a entender a Rajoy- y a los cinco minutos su ministra Salgado señala que, ante el dilema, «optamos por el recorte».

Rebaja tributos a directivos de la banca y dos años después sale con el fantasma demagógico de subir impuestos a los ricos, aunque sea en plan globo-sonda.

Pero ya sabemos cuál es la cruda realidad: las que van a cargar con el peso del recorte van a ser las clases medias, en el terreno del consumo; y las pequeñas y medianas empresas, en el terreno del tejido productivo. No es cierto, por lo tanto, que en las medidas anunciadas prime «la equidad», como se justificó Zapatero en Elche.

Las incoherencias van a quedar aún más en evidencia con las reformas urgentes que le insta a aplicar el FMI. ¿Seguirá Zapatero negando cambios en las señas de identidad socialistas cuando aplique una reforma radical del mercado laboral que incluya la reducción de indemnizaciones por despido?

También Felipe González incurrió en bandazos cambiando esas «señas de identidad» que él mismo acuñó: pero cuando varió su punto de vista acerca de la OTAN acudió a las urnas, planteando un referéndum.

Nada que ver con el actual inquilino de La Moncloa. Todo indica que Zapatero va a tratar de aguantar los casi dos años que nos quedan sin apearse del burro, a pesar de que el pirómano no sea la persona más indicada para dirigir la manguera hacia el fuego que ha provocado.

Lo más trágico de todo es que él no lo vea así. Quizá por eso se presentó en Elche vestido de blanco, el color de la inocencia.

 

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