La sentencia y la racionalidad

MADRID, 10 (OTR/PRESS)

El estado de Derecho se caracteriza fundamentalmente por disponer de unas reglar fijas que hacen irremediablemente predecibles las consecuencias de los actos jurídicos. La Constitución es la ley de leyes y todas las demás se tienen que ajustar a los dictados de la carta magna. Así de sencillo. Lo que ocurre es que la generación de políticos que nos ha tocado sufrir son incapaces de conciliar estos elementos tan sencillos con sus propias ambiciones.

En el principio fue el sueño de Pascual Maragall de cambiar el estatuto sorteando la Constitución. Implantó una falacia jurídica mediante la cual se podría sortear o cambiar el sentido y la interpretación de la Constitución haciendo un nuevo estatuto para Cataluña que dibujara un federalismo asimétrico: toda una concepción de la burguesía barcelonesa para establecer permanentemente la diferencia con el resto de España: la seña de identidad para ellos no es siquiera remarcar su propio carácter sino sentirse diferentes.

Todo lo demás ha sido un despropósito: se decidió marginar al PP y este partido colaboró con sus barbarismos. ERC se descolgó del estatuto pero no de su defensa posterior. Y José Montilla decidió encabezar las protestas contra España: la tesis de fondo es inconstitucional en sí misma: el Tribunal Constitucional no tendría legitimidad, según estas creencias, para modificar lo refrendado por el pueblo de Cataluña.

Ahora todo está amplificado por la cercanía de las elecciones: nadie se quiere quedar fuera de la foto de la protesta porque establecido que hay un enemigo exterior, España, fundamento de todos los despropósitos nacionalistas de la historia, quien no concurrió ayer a la manifestación no tendrá ya patente de catalanismo.

Este lío que montaron entre José Luis Rodríguez Zapatero -que ahora mira para otro lado como si nada fuera con él- y Pascual Maragall va a envolver la política española durante mucho tiempo. Habrá que digerir que aquí sólo hay una nación, la española, y un amplísimo estado de las autonomías. Pero la moda es disgregadora, sobre todo porque la derecha saca pecho con España y su brutalidad asusta. Y en esas se nos escapa la historia, año a año, siglo a siglo, sin ser capaces de definir quienes somos y a donde queremos ir. Esa es la tragedia de España que nunca tiene tranquilidad y estadistas para decidir hacerse mayor.

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