El cansino nacionalismo

Siento una admiración sincera por Durán i Lleida. Es un político que se dedica con entusiasmo a su labor, renuncia a un titular y lo cambia por una componenda, y es de los pocos de la clase que no obran bajo la consigna de «si tenéis la solución, no os preocupéis que yo ya haré surgir el problema». Por decirlo pronto y rápido, es la antinomia de Montilla, en cuanto a preparación, inteligencia, maneras y formas de trabajar.

Pues bien, el otro día escuchando a Durán i Lleida sufrí uno de esos aburrimientos tremendos, una de esas desazones que parten de alguna neurona y te llevan a la desesperante conclusión de que no te puedes pasar parte de tu propia existencia escuchando los pesados razonamientos nacionalistas. Como dijo alguien que no recuerdo, y lo siento, «la vida es muy corta para intentar entender el nacionalismo».

Estoy convencido de que si el tiempo dedicado al Estatuto, a la sentencia, a la interpretación de la sentencia, a la glosa de la sentencia, y a la interpretación de la glosa de la sentencia, etcétera* lo hubiéramos dedicado a ahondar en la regeneración de la médula espinal, es posible que dentro de poco no hubiera tetrapléjicos.

Desde Aristóteles a Sartre, desde el Renacimiento a la Revolución Francesa, el mundo Occidental ha avanzado en la profundización del individuo como ente irrepetible y digno de respeto. Pero el otro día, bajé en Atocha, y vi centenares de personas con trompetas y la cara pintada con los colores de España. Nos da miedo responsabilizarnos de nuestro proyecto de vida y confiamos nuestro destino al de un equipo de fútbol o a un club de exquisitos nacionalistas. Durán y Lleida no llevaba la cara pintada con la senyera, porque es un esteta, pero sentí la desazón de que unos y otros eran inquietantemente parecidos.

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