Una remodelación de Gobierno no sería más que una tapadera de una olla en ebullición.
Zapatero se ha convertido en un rey Midas, pero al revés: todo lo que toca lo convierte en desastre.
Le acaba de pasar con su candidata Trinidad Jiménez, por la que ha apostado poniendo en juego el aparato de Ferraz, y ha cosechado un clamoroso fracaso a manos de un ex alcalde de pueblo.
Y le ha pasado con España, a la que ha conducido a un nivel de descrédito, de fractura social y de crisis sin esperanzas de cambio sin igual en todo lo que llevamos de democracia.
El nivel de rechazo que genera, dentro y fuera de su partido, no es una mera impresión, sino una cruda realidad objetivable. El problema no es Trinidad Jiménez, sino el propio Zapatero.
Todo ello debe tener consecuencias, poniendo fin a la irresponsabilidad con la que nos ha malacostumbrado desde 2004 el adolescente de la Moncloa.
En democracia, como en derecho, el que la hace la paga, y el que, además, engaña o recurre a malas artes –como ha sido el caso– no puede irse de rositas. Y no valen excusas de escolar del tipo “yo no me juego nada”.
Desde las primarias del domingo ya no.
En primer lugar, debería coger la puerta Trinidad Jiménez, que no ha dado una derechas (nunca mejor dicho), enhebrando un fracaso político tras otro.
Ya perdió una primera batalla de Madrid, la de la alcaldía frente a Ruiz-Gallardón, y ahora se ha inmolado en nombre de Zapatero, con unas primarias marcadas por el juego sucio.
Tampoco ha funcionado como titular de Sanidad, donde derrochó millones de vacunas inservibles ante una gripe a que resultó ser un bluf de psicosis colectiva, llevó a niveles de intervencionismo his- térico la cruzada antitabaco y, sobre todo, ha sido incapaz de arbitrar lo más básico: el Pacto de Sanidad que después de año y medio sigue en el dique seco, por más que ayer se excusara –otra vez excusas– diciendo que “sigue vivo”.
Pero la dimisión en la España de Zapatero implica creer en hadas. Trinidad Jiménez va a seguir y Zapatero trata de recuperar la iniciativa, después de su semana horribilis, estudiando una amplia remodelación del Gabinete, aprovechando la salida del ministro Corbacho.
No es eso lo que necesita España, porque estaríamos ante otra estratagema cortoplacista del presidente para tomar aire ante el curso que se le avecina, con las cifras de paro en los talones, la amenaza del batacazo en Cataluña y su propia hueste dividida y revuelta.
Lo que necesita España es, en primer lugar, que sus gobernantes asuman sus responsabilidades. Ni Zapatero ni Rubalcaba ni Blanco fueron capaces de dar la cara ante su propia gente.
Pero es que el presidente se ha dedicado a eludir sistemáticamente su responsabilidad en todos los desastres en los que ha ido metiendo a España.
No ha dado la cara por el drama del paro, por la cesión del Estado ante ETA, por la no guerra de afganistán, por el descrédito internacional.
Tampoco, a nivel interno, ha tenido las más mínimas consecuencias el grave de asunto de espionaje sobre Bono, revelado por La Gaceta.
Los votantes y militantes del PSOE se merecen una explicación de quienes se han reído de ellos, poniendo en solfa la democracia interna. Pero nadie ha comparecido.
Una remodelación de Gobierno no sería más que una tapadera de una olla en ebullición.
La deriva errática del barco exige un adelanto de elecciones generales; y las heri- das del partido, un congreso extraordinario. Nada de eso está en mente de Zapatero que trata de aferrarse al poder, para des- gracia de los españoles. El problema sigue siendo él.
Originalmente publicado en La Gaceta