Nada sugiere en esta primera semana del nuevo Gabinete un cambio sustantivo en la gestión de la crisis
Cuando afloje esta ofensiva frontal, cuando se remansen estos ánimos inflamados, cuando amaine la tormenta de improperios que el flamante Gobierno ha desatado contra el PP para salir de su arrinconamiento político, no habrá en España un parado menos ni una empresa más porque la deriva de zozobra económica sigue intacta bajo el intenso ruido dialéctico con que el copresidente Rubalcaba intenta atronar el ambiente como el director de una orquesta desafinada.
El Partido Popular se ha lanzado en tromba contra el nuevo lugarteniente de Zapatero. Alfredo Pérez Rubalcaba, sentado por primera vez a la izquierda del presidente del Gobierno, ha tenido que soportar en su estreno como portavoz del PSOE en el Parlamento una andanada de durísimas críticas y acusaciones.
La portavoz parlamentaria del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, abrió el fuego con una pregunta de carácter económico, hurgando en la herida de la congelación de las pensiones:
«Tiene usted el encargo de explicar mejor lo mal que gobierna Zapatero».
La tensión subió muchos enteros cuando ha tomado el relevo en el uso de la palabra el diputado del PP, Rafel Hernando:
«Usted tapó el Gal; usted pierde el pelo pero no el vicio. Son ustedes un anacronismo».
Y, por último, Gil Lázaro, para rematar el primer asalto de la batalla contra el nuevo número dos del Gobierno, puso sobre la mesa de nuevo el caso Faisán:
«El chivatazo lleva la marca Rubalcaba; es usted el representante del felipismo hundido en los crímenes de Estado. Zapatero y usted son la X del Faisán».
NO HAY CAMBIOS DE RUMBO
Nada sugiere en esta primera semana del nuevo Gabinete un cambio sustantivo en la gestión de la crisis; ni un indicio de rumbo distinto más allá de los mensajes crispados que tratan de compensar el desconcierto gubernamental con un brusco incremento de la dialéctica de confrontación para disimular el fracaso de la legislatura en medio de una atmósfera política combustible.
Explica Ignacio Camacho en ABC que el Gobierno Zapatero ha consagrado su tiempo en exclusiva a la creación de un retrato tenebrista y cavernario de la oposición, pintada a brochazos como un grupo retardatario, machista, corrupto, antisocial y hasta genéticamente sospechoso -ay, qué peligrosas e históricamente siniestras son las alusiones a la genética del adversario-; un catastrófico racimo de oportunistas engolfados en la desgracia nacional que les supone una oportunidad de desalojar del poder a los salvíficos progresistas del tardozapaterismo.
Para abocetar ese cuadro primario los socialistas han recurrido a su acreditada tradición agitadora, impregnada de un propagandismo alborotado que intenta arrastrar a la opinión pública a un debate visceral de etiquetas simples, animadversiones y enconos.
Con tal de estrechar un poco la horquilla de las encuestas y obtener algo de resuello pretenden excitar la temperatura de sus desencantados hooligansmediante un ejercicio de demonización del rival que amenaza con convertir la escena pública en una corrala y sustituye la estilizada impostura de la democracia del talante por una vulgar propuesta de política de garrafón.
LOS RIESGOS PARA EL PP
Lo peor que podría hacer el PP es enredarse en ese choque de cornamentas que transforme la dialéctica argumental en una embestida de cabestros.
Si cede a la tentación de la reyerta que le proponen perderá la posición moderada que le ha ido proyectando como alternativa y se meterá de lleno en el campo de fango donde le han citado para que pierda pie.
La ofensiva del Gobierno busca una respuesta en sus mismos términos destemplados que excite los demonios más exaltados de esa derecha bronca a la que puede presentar sin esfuerzo como un grupo de radicales extremistas.
No es su reputación lo que ha de defender el Partido Popular sino la posibilidad -más cierta que nunca en los últimos ocho años- de volver a construir una mayoría social capaz de reconducir el futuro de un país en quiebra.
Se trata de una decisión difícil que requiere una dosis considerable de equilibrio y paciencia, pero alguien tiene que mantener el sentido de la responsabilidad cuando lo pierden aquellos que han sido elegidos para ejercerla.