Agotada la magia del Zapatero triunfal, Rubalcaba no se basta a sí mismo para hacer de ilusionista y de bombero
La frase, un poco vulgar pero muy española, es «demasiado arroz para sólo dos huevos» y se usa para subrayar que la tarea por delante, sea en el amor, la guerra o la vida cotidiana es excesiva para las fuerzas y talentos del encargado de realizarla.
Rubalcaba es un propagandista eficiente, un competente gestor de equipos, un político responsable y un trabajador estajanovista e hiperactivo, pero ni está a su alcance la dirección económica ni sus capacidades dan abasto para taponar las vías de agua que tiene abiertas este Gobierno.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC:
«El impulso efervescente del nuevo Gabinete se ha empezado a disipar entre un turbión de problemas que escapan de las habilidades comunicativas y las intuiciones tácticas del co-presidente, al que algunos que le tratan con frecuencia han oído murmurar que las cosas están mucho peor de lo que imaginaba. Sobre todo hay un asunto sobre el que no tiene ascendiente, que es la desconfianza internacional en la solvencia financiera española. Con la economía dando tumbos no hay forma de enderezar una política coherente».
La indudable habilidad comunicativa de Rubalcaba y el ‘love affaire‘ que mantiene con los medios de comunicación españoles, casi sin excepciones, le pueden permitir recomponer un poco la maltrecha imagen del PSOE aquí en en España, pero de poco sirven sus encantos frente a la fría lógica d elos mercados internacionales y ahí se está jugando ahora la partida.
«En cuando dejó solo durante 48 horas en Seúl al presidente, éste permitió una foto lamentable que echó por tierra sus blasones de liderazgo, corriendo al borde de la asfixia detrás de un Cameron que parecía comerse el mundo a zancadas tras haber decretado un ajuste de caballo. Hay simbolismos devastadores. Como lo es también la imagen del propio Rubalcaba reunido en su propio despacho con el responsable de la represión en el Sáhara, ante la mirada vigilante de un gorila de la seguridad marroquí y en medio de un desbarajuste diplomático».
Por si las desgracias económicas no bastasen para triturar al Gobierno, la crisis saharaui está arruinando las bases de su política exterior; si Aznar palmó en Irak por empeñarse en secundar el aventurerismo bélico americano, Zapatero se ha empantanado en las arenas del desierto al bajar la cabeza ante el agresivo expansionismo de Marruecos.
Todo su discurso de legalidad internacional y de exaltación de los derechos humanos se está viniendo abajo con ese humillante seguidismo de un atropello clamoroso y sangriento que lo desacredita ante la izquierda social, de indiscutible simpatía polisaria.
El Gabinete no encuentra respiro. A la espera del revés catalán, lo único que puede hacer es tratar de contener a los mercados de deuda para que no le impongan otro ajuste forzoso que desbarataría los Presupuestos antes incluso de llegar a aprobarlos.
Y concluye Camacho:
«Agotada la magia del Zapatero triunfal, Rubalcaba no se basta a sí mismo para hacer de ilusionista y de bombero».