Los electores catalanes han preferido el original nacionalista de Artur Mas a la fotocopia soberanista -y borrosa- de José Montilla
Si Cataluña significó en la historia política de Rodríguez Zapatero su plataforma de lanzamiento personal y el laboratorio de ideas extremistas contra la derecha y contra el pacto constitucional de 1978, la debacle electoral sufrida este domingo por los socialistas catalanes no es otra cosa que el detonante definitivo para el fin del zapaterismo.
Únicamente la prerrogativa presidencial de disolver el Parlamento mantiene con vida política al presidente del Gobierno, pero la derrota de Montilla, la peor de la historia del socialismo catalán, certifica el proceso irreversible de cambio en España.
Y este cambio arranca, aunque parezca un contrasentido, con un Parlamento catalán más nacionalista que nunca, cosecha propia de la política territorial y de pactos con la que Zapatero puso en jaque el orden constitucional y pervirtió el papel propio de la izquierda catalana como fuerza de contención del nacionalismo.
Los electores catalanes han preferido el original nacionalista de Artur Mas a la fotocopia soberanista -y borrosa- de José Montilla.
El «pacto del Tinell» y la aventura anticonstitucional del Estatuto de 2006 han puesto al socialismo fuera de juego en Cataluña, pero con una responsabilidad directa en Rodríguez Zapatero.
La participación sirve de poca excusa porque ha sido superior a la de 2006, y esto supone, por un lado, que ha habido un voto de castigo -tanto como una abstención de castigo- contra los socialistas; y, por otro lado, un valor especial al aumento experimentado por el PP en diputados y votos.
Mariano Rajoy, aliviado por el resultado del PP, que ha pasado de 14 a 18, está hoy más legitimado que ayer para pedir a Zapatero que ponga fin a la agonía política en la que tiene sumida a España y disuelva el Parlamento.
El resultado de las elecciones autonómicas en Cataluña desmiente cualquier atisbo de remontada tras la remodelación del Ejecutivo central y confirma que la opinión pública, incluso una tan condescendiente con el PSOE como es la catalana, ha llegado a un punto de no retorno en su rechazo a Zapatero.