El tipo que ha puesto patas arriba el Departamento de Estado, tiene a Hillary Clinton con jaqueca y a Obama y sus aliados en ascuas, es un soldado raso con cara de pajillero y fan de la abominable Lady Gaga
Es para echarse a llorar. Imagínense cómo se puede sentir alguien como yo, que vive enfrente del cuartel general del CNI, ha pasado noches en blanco atrapado por la intriga de John le Carré, todavía es aficionado a las películas de James Bond y ha coincidido en Sarajevo, Bagdad o Kabul con agentes secretos de pelo en pecho, que se jugaban la vida y hasta la perdieron por la Patria.
Pues nada. Ni operador atormentado como Smiley, ni ejecutivo diabólico como Karla o atleta sexual como 007. Ni siquiera un espía sofisticado al estilo de Kim Philby y sus compinches del Círculo de Cambridge.
El tipo que ha puesto patas arriba el Departamento de Estado, tiene a Hillary Clinton con jaqueca y a Obama y sus aliados en ascuas, es un soldado raso con cara de pajillero y fan de la abominable Lady Gaga.
Como reveló por chat y no precisamente a su novio «drag queen», sino a un hacker hispano que se asustó y fue con el cuento al FBI, Manning consiguió hacerse con 260.000 documentos secretos y dos vídeos en los que los militares norteamericanos quedan fatal, entrando cotidianamente en la zona de alta seguridad informática de su unidad con un CD regrabable y descargando en él todo lo que le venía en gana, tras conectarse al servidor del Pentágono.
Y lo estuvo haciendo cotidianamente, mientras estuvo destinado en Irak entre noviembre de 2009 y mayo de 2010, sin que los patosos del mal llamado Servicio de Inteligencia detectaran nada.
¿No se han enterado todavía en Washington de que hasta la más humilde oficina de Hacienda o la más pueblerina sucursal bancaria tiene mecanismos que hacen imposible sacar información sensible o llevarse una simple fotocopia?
¡Qué cagada mi brigada!
Originalmente publicado en ABC