A estas alturas nadie parece dudar, ni dentro ni fuera del PSOE, de que haya interiorizado ya su propio descarte como candidato; la incógnita consiste en primer lugar en saber cuándo lo hará público
Recuerda Ignacio Camacho en ABC -«Treinta años después-» aquel momento, a finales de 1980, en que Adolfo Suárez perdió de golpe su seductor carisma de demiurgo y se convirtió en la diana de todos los conflictos de un país económicamente estancado e institucionalmente débil, hasta el punto de generar un repudio unánime que le identificaba como el problema esencial de aquella crisis de Estado.
Y concluye Camacho que aquel proceso de desprestigio es extremadamente similar al que ahora ha triturado el liderazgo de Zapatero.
Salvadas las distancias circunstanciales, la escena pública española vive ahora pendiente del momento en que Zapatero acabe de aceptarse a sí mismo como el eje de un bloqueo político que compromete la estabilidad de la nación y las perspectivas electorales de su partido.
A estas alturas nadie parece dudar, ni dentro ni fuera del PSOE, de que haya interiorizado ya su propio descarte como candidato; la incógnita consiste en primer lugar en saber cuándo lo hará público, y en segundo término en si ese paso atrás implicará también una retirada inmediata del poder que cierre el círculo plutarquiano de la analogía suarista.
En favor de esta última hipótesis cuenta el protagonismo creciente de un Pérez Rubalcaba que cada vez reúne un más acusado perfil de heredero de emergencia y en cuyo rostro de apesadumbrada gravedad se encarna a día de hoy el fantasma de Leopoldo Calvo-Sotelo.
Treinta años exactos después del comienzo de la caída del suarismo, España vive en todo caso un peculiar ritornellode su propia experiencia histórica.
La aventura equinoccial del zapaterismo se precipita hacia el fracaso en medio de un fragor de conspiraciones y dudas.
El país a la deriva, las instituciones bloqueadas, la oposición a la espera y el presidente hundido.
Tratándose de Zapatero, sin embargo, el margen de sorpresa nunca es descartable.
Está escrito que las tragedias históricas suelen repetirse como farsas.