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«Ya casi no quedan inocentes en España después de tantos crudos desengaños», asegura el columnista de ABC Ignacio Camacho en su columna del 28 de diciembre de 2010 —El final de la inocencia–.
La crisis económica por la que pasa España es innegable, lo era desde el principio, pero José Luis Rodríguez Zapatero se encargó de solaparla.
Zapatero lo intentó demasiadas veces, y tuvo éxito mientras sus piruetas no afectaron al tren de vida de la gente. Sus creyentes le siguieron en su aventurerismo fantástico hasta que se topó con un muro de tozuda objetividad y hubo de volverse como un profeta desconcertado para anunciarles el fin de la utopía.
Pero la realidad era que el Estado estaba, y está, al borde de la bancarrota, los sindicatos han dado la espalda al Gobierno y el bienestar social ha tenido que ser reformado. Se acabó entonces la inocencia:
El veredicto de esa contradicción ha sido inmediato, implacable, despiadado: lo contrario de inocente es culpable.
Ese día aciago en que un niño descubre que los Reyes Magos son los padres… y además se han quedado sin trabajo.