Nació en Valladolid el 10 de junio de 1971. Estudió secundaria en el Instituto Zorrilla. Obtuvo su licenciatura en Derecho en la Universidad de Valladolid cuando tenía 23 años y con 27 años, se estrenó como Abogada del Estado.
Dos años después, cogió un autobús con destino a Madrid para entrevistarse con el recientemente fallecido Paco Villar, entonces jefe de Gabinete del vicepresidente Rajoy, que la recibió en La Moncloa y quien la recomendó como colaboradora.
Aquella abogada del Estado con plaza en León había enviado a la Vicepresidencia del Gobierno un currículum plagado de méritos que le fueron reconocidos primero con su «fichaje» como asesora jurídica y después, con el encadenamiento de cargos cada vez más importantes.
Lejos queda ya aquel día del 2000. Y no sólo porque ya se haya casado y tenga un hijo al que ha llamado Iván.
En sólo once años, Soraya y tras una brillante carrera política, en la que siempre ha permanecido a la vera de Mariano Rajoy, parece haber llegado a la cumbre.
Portavoz del PP en el Congreso durante la última legislatura, era fija en todas las quinielas de «ministrables», una expectativa que Rajoy no ha defraudado al designarla además ministra de la Presidencia y portavoz del Ejecutivo, una prueba de que la vallisoletana cuenta con la absoluta confianza del presidente.
El Gobierno de Rajoy está estructurado para evitar las tiranteces que se generan en la natural competencia de los ministerios con atribuciones cercanas o cruzadas. Rajoy asume la coordinación económica, y deja en manos de la vicepresidenta y ministra de la Presidencia -su principal colaboradora- la coordinación del resto de las actividades de los ministerios, la imagen pública del Gobierno y, de manera muy significativa, el control de las actividades del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), que hasta ahora había estado adscrito al Ministerio de Defensa.
El CNI es un organismo esencial de cuya eficacia ha habido muchas dudas en estos años, seguramente porque los políticos de los que ha dependido han aprovechado la natural discreción de su actividad para dedicarlo a menesteres impropios, a objetivos políticos personales o de partido, en lugar de dedicarlo, como debiera ser, a facilitar al presidente del Gobierno las informaciones y análisis necesarios para prevenir y evitar cualquier acción contra la independencia de la Nación, su integridad territorial, sus intereses nacionales y la estabilidad del Estado y la democracia.
A nadie se le escapa la importancia de controlar bien el trabajo de un organismo tan delicado como poderoso.
Es obvio que la vicepresidenta deberá proceder al relevo de su actual responsable, pero seguramente no baste con eso, porque ha de evitar de raíz que, como ha ocurrido en ocasiones anteriores, los organismos de seguridad den la sensación de permanecer fieles a sus antiguos jefes y a una idea de su actuación que tiene mucho que ver con el partidismo, que ha cultivado una opacidad sospechosa al servicio de determinados personajes, y que ha carecido del mínimo de eficacia como para que la Nación, el Estado y la Democracia puedan sentirse confortablemente seguros.
Soraya Sáenz de Santamaría es desde el momento mismo de la constitución del Gobierno, la mujer más poderosa de España, y eso no se ha debido a ninguna política de imagen ni de cuota, sino a la enorme confianza que el presidente ha depositado en su buen criterio, su sentido de la responsabilidad, su buena formación, su capacidad de sacrificio y su ya importante experiencia política.
Sus primeras manifestaciones al tomar posesión de sus funciones han sido de humildad y de aceptación de las críticas, con lo que ha mostrado su sentido de la responsabilidad y su disposición a acometer un trabajo ímprobo y difícil.
Nada que ver con la imagen de prepotencia y arbitrariedad de otras épocas, otros partidos y otras mujeres.
Hay que esperar que la vicepresidenta sepa mantener la calma y los buenos criterios a los que se ha acogido a la hora de pronunciar sus primeras palabras como mano derecha de Mariano Rajoy, porque una parte muy importante del éxito de este Gobierno, con el que tanto nos jugamos todos los españoles, lo mismo los que votaron al PP que los que no lo hicieron, está en manos de esta mujer de aspecto jovial, carácter sereno y maneras suaves.
Soraya Sáenz de Santamaría representa a una generación nueva en la historia de la derecha española, un grupo de personas sin apenas vinculación con los orígenes del partido conservador, y que ha sido llevada a la política por el mismo espíritu de responsabilidad que animó a los políticos de la Transición, por el convencimiento de que España y los españoles se merecen lo mejor.
Su éxito será un éxito colectivo de esa parte, muy importante, de la sociedad española que sabe renovarse y asumir responsabilidades.