Valencia es la primera comunidad autónoma española donde el lujo del puerto y el circuito del Fórmula 1, la Copa de América, la Ciudad de las Artes, el Oceanografic, el parque de Terra Mítica, conviven sin vergüenza con la escena de los niños envueltos en mantas para acudir a clase porque la Generalitat , en bancarrota, no ha pagado las cuentas a los institutos desde hace un año. El contraste puro y duro del más salvaje capitalismo es propio de países emergentes, y ricos, del tercer mundo.
Nunca creímos que nuestros ojos verían estas escenas en la vieja Europa. Pero estamos asistiendo, atónitos y confusos, por no decir extremadamente indignados, a situaciones sociales que ni en la peor de las pesadillas soñamos.
Camps y Costa, pusilánimes hasta el sonrojo, descendidos de los cielos al suelo de la Justicia, han ocupado en la sala de juicio un lugar VIP que les diferencia del común de los mortales obligados a pasar por el banquillo de los acusados. Amigos de la judicatura valenciana, se les ha hecho un juicio liliputiense, enanizado, como los trajes, a su medida. Una causa suelta, absurda que ha dado pie al cinismo con el que se ha resuelto y con el que ahora se le pretende rehabilitar políticamente. A Camps y a su ex lugarteniente Costa, no se les debería haber juzgado nunca «por unos trajes». Esto recuerda a Al Capone finalmente encarcelado por unas multas de tráfico impagadas.
Pero como el respeto a la inteligencia ciudadana ya no cotiza, se ha insultado a la población llevando a estos señores ante todo un tribunal de justicia, sólo para dirimir «si pagaron o no unos trajecitos de lujo». Estos trajes, serían sólo el agasajo estúpido de una banda de presuntos corruptos que, por ser «amiguitos del alma», entre otras cosas, recibían de la Generalitat contratos millonarios por organizar eventos cobrados a un precio muy por encima del real.
La parte «grossa» del negocio, según consta en el sumario, podría haber ido a parar a paraísos fiscales, como así lo sugieren las diligencias judiciales que, otros jueces, no valencianos, no amigos, han investigado y formalizado en un sumario serio. Incluso uno de ellos, el juez Garzón, ha sido juzgado precisamente por pretender llegar hasta el fondo del asunto. Otro proceso bochornoso.
Este sumario de la trama Gürtel, de momento, ha apartado de sus cargos a nueve políticos del Partido Popular, entre concejales, alcaldes, consejeros, tesoreros, diputados, y algo más. Este sumario, de momento, ha detectado en paraísos fiscales, cientos de millones presuntamente «substraídos» del erario público, que Camps, Costa y otros políticos tienen la obligación de administrar responsable y transparentemente, rindiendo cuentas de ello a los ciudadanos. Este sumario, de momento, apunta si parte de este dinero presuntamente podría haber ido a financiar al Partido Popular, o sólo a algunos de sus miembros. Todo esto es el asunto que se debería juzgar, unido y como un todo, la trama Gürtel y las relaciones y presunto intercambio de favores entre políticos y delincuentes.
Sólo parece que es la vergüenza ajena, la que aparece al escuchar durante varias jornadas, a estos dos «pinceles», amigos de la ropa cara y los «pelucos de titanio», del caviar del bueno y de las cadenas de oro, del multimillonario señor Ecclestone, dueño de la Fórmula I, lisonjándose con zalamería insoportable, en conversaciones íntimas con una pandilla de delincuentes de la trama Gürtel. Y digo que sólo parece que es la vergüenza ajena porque, un jurado popular, seguramente elegido de forma aleatoria, es decir, para representar fidedignamente al ciudadano medio valenciano, ha considerado que estos señores son «no culpables» de haber recibido unos trajecitos cuyo monte no baja de los catorce mil euros. Total, una dádiva de nada.
Y sigo diciendo que sólo es la vergüenza ajena, la que todo este espectáculo provoca porque tras el veredicto, los principales dirigentes del Partido Popular se han apresurado a pedir la rehabilitación del honorable Camps «porque ha demostrado que es muy hombre y muy entero para soportar un juicio paralelo tan duro…siendo inocente». Si no fuera por el repudio y la vergüenza que todo esto produce, darían ganas de echarse a reír. No se si habremos visto juicios diferentes.
…Y mientras tanto, en la Comunidad Valenciana, muchos niños no tienen luz en las aulas para su educación, no hay comida para los comedores, no hay urgencias para los enfermos, no hay dinero para los dependientes, no hay presupuesto para la investigación, no hay becas para los universitarios. Los más pobres se lo pensarán dos veces antes de recurrir sus sentencias condenatorias. Las mujeres tendrán que fingir depresión y no se cuantas cosas más para decidir libremente qué hacer con su cuerpo…
No reconozco a la Europa del bienestar social y de los derechos sociales. Cómo es posible que en tan poco tiempo la ciudadanía haya permitido, impotentemente, semejante transformación. Da igual que los indignados salgan a la calle en decenas de millares por doquier. Todo eso no consigue devolver la ética y los valores a la política. Habrá que tomar medidas más contundentes ¿pero cuales?.
Los mercados, con sus cómplices, muchos de ellos gobernantes, unos por inutilidad y otros por desidia, han convertido a la democracia en un abuso de clase dominante y a los ciudadanos en casi súbditos con la bota del paro encima de la cabeza.