El juez Garzón ha resultado condenado por el Tribunal Supremo por un delito de prevaricación a una pena de once años de inhabilitación. Y en un caso más técnico, menos manipulable políticamente. Puede considerarse un símbolo del final de toda una etapa del Régimen.
Algunos malpensados se malician que si los resultados electorales del pasado 20 N hubiesen sido distintos acaso también la suerte del famoso juez andaluz. La alternancia en el gobierno, que no en el Régimen pues ya veremos qué pasa con el peliagudo caso de los duques de Palma, se salda con la limpieza de trapos sucios y la caída de lastres hasta ese momento considerados intocables.
Pues parece que no estamos ante un proceso «normal», si es que queda alguna normalidad en este reino de pícaros y arrebatacapas donde casi toda granjería y tartufismo tiene su asiento. Y donde, para desgracia de la credibilidad de la Justicia, el ciudadano observa asombrado como parece evidencia de razón que muchas batallas políticas se libran en los tribunales.
Hasta Mister X quien sufrió muy directamente las iras vengativas y el despecho del súper-juez salió en su defensa. ¿Por qué? A lo largo de su extraña carrera con compañeros de viaje de quita y pon, el juez Garzón ha tenido oportunidad de conocer a fondo la vida y milagros de muchos de los próceres de la clase dominante sin olvidar las superpobladas cloacas del Régimen.
Lo que don Mario Conde llamaba «el Sistema». Y por ello quizás se creía inmune e irresponsable. Incluso mediante pirueta inverosímil de pretendida jurisdicción urbi et orbi se había atrevido a procesar a un Jefe de Estado extranjero. Pero hoy se ha visto que del rey abajo ninguno.
Pero haciendo un poco de memoria histórica sui generis, en la desmesura con ribetes de esperpento de la peripecia Garzón podemos descubrir también la de un entorno histórico que acaso explique muchas de las cosas que nos pasan. Y en su evolución, la de las últimas décadas de la Historia de España. De lo que ha podido ser y desgraciadamente no ha sido. Pero, ¿cuándo se nos estropeó el invento? Y ¿por qué?
Es sabido que Garzón procede de extracción social muy humilde lo que da mucho más mérito a su lucha contra las dificultades para prosperar y abrirse camino en la vida. El niño Baltasar que hasta los once años iba descalzo a la escuela, que cuando tenía que ir al médico a la capital se buscaba entre sus primos quien le dejara un par de zapatos, no se acobardó y luchó valientemente, empleó con éxito las posibilidades que el régimen del malvado caudillo ofrecía a los niños de familia humilde, pero valiosos y competentes, para estudiar con becas y prosperar en la sociedad española y luego terminó meritoriamente la carrera de Derecho y se hizo juez.
Todo un ejemplo de éxito de la política pro igualdad de oportunidades que no debe desperdiciar ningún talento por razones económicas. Pero el niño Baltasar no olvidaba el frío de los inviernos entre los olivares de dueño ajeno, ni el fuego sofocante entre rastrojos socarrados. En un lugar de su corazón permanece el resentimiento genético por las viejas injusticias sociales.
Un drama personal al que no resulta ajeno el de muchas personas del peculiar socialismo hispano al que como al tonto de la linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Gentes que imitadores de la mujer de Lot prefieren mirar hacia atrás que no mejorar el presente y contribuir a un mejor futuro. Pues más que crear sólo saben estar contra, mejor para la lanzada si el morito enemigo ya está muerto.
Acaso también un problema de vanidad sin límites. Como juez de la Audiencia tiene oportunidad de mejorar su autoestima y la propia estima social. Y lo hace a su manera, sino con galanura, fineza y precisión jurídica, sí con valentía. No se inmuta cuando se encuentra un gato muerto en su cama.
Una parte de los media reconoce o quiere reconocer que la Justicia se va a poder llevar a cabo en el Régimen salido de la Transición. Incluso el vate cinematográfico del progretariado, retratista de las modas vigentes se inspira en su figura para una de sus esperpénticas películas.
Un juez debe servir a la Ley como instrumento material de la Justicia. Como «el buen juez» del famoso relato azoriniano a veces cabe el descargo de conciencia para tratar de servir a la Justicia superando la literalidad de la letra, la materialidad de la Ley. O como los antiguos cabalistas que creen que las letras tienen alma y que el mensaje real se produce cuando al cuerpo literal se le insufla el espíritu que la vivifica.
Pero el golem puede quizás convertirse en un monstruo donde reinan la arbitrariedad o el despotismo. Por eso en la tradición jurídica romana, tan diferente a la anglosajona, el legislador procura atar corto a los juzgadores o aplicadores de la Ley en evitación que los excesos de discrecionalidad degeneren en insanas ocurrencias o perniciosa arbitrariedad y, al cabo, en inseguridad jurídica para la sociedad en general y los justiciables en particular. Y acaso, un cuarto de siglo después en esas estamos ahora. El sueño de la Transición produce monstruos.
Paradojas de la vida. Horror de la plutocracia hispana de uno y otro sexo. El niño Baltasar que ayer iba descalzo a la escuela hoy cegado como un Sansón redivivo acaso tenía en sus manos la suerte de ciertas fortunas y lo que le quedaba de credibilidad a las instituciones del Reino.
Por detrás de las algaradas tan oportuna y rumbosamente orquestadas, se adivina el mucho miedo y puede que también mucha complicidad disfrazada de sensibilidad humanitaria y solidaridad entre el rojerío retroactivo que han tratado de salvarle de un trago amargo, que ya han vivido los Colón y Prado de Carvajal, De la Rosa, Rubio, Barrionuevo, Perote, Rodríguez Colorado, Roldán….
Al cabo, la Transición devora a sus criaturas. Al igual que la famosa sentencia del penoso Tribunal constitucional sobre el Estatut catalán, el resultado del caso Garzón resulta un «test de calidad y fatiga» del Régimen o de lo queda de él, pues parece, y el propio Garzón personifica el proceso, que estamos al final de un ciclo histórico.
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