La mañana del día 8 de febrero de 2012 en la Plaza de la Cortes había aparecido fría, pero soleada. Benavides y Malospelos, los leones de la puerta del Palacio del Congreso, hacían guardia en la entrada, con las garras sobre las bolas de bronce y ajenos a la actividad del interior.
Dentro del hemiciclo, la sufrida y mal llamada «canallesca» cubría, como podía y parcialmente, la Sesión Parlamentaria desde el lugar reservado para los fotógrafos con cámaras y trípodes, y desde la Tribuna de Prensa con los bolígrafos en ristre sobre libretas y cuadernos. Había también alguna que otra «tableta informática» conectada con el exterior.
Pero faltaban, no obstante, las cámaras de unas televisiones libres con las que «tomar» lo noticiable y sin la censura previa que llevan implícitas las imágenes del interior del hemiciclo, que monopolizan y sirven los servicios del Congreso.
En la Tribuna de Oradores, el Presidente Rajoy y Rubalcaba habían aparcado por unos momentos el meollo de la cuestión que estaban tratando, el Informe presidencial al Pleno del Congreso de los resultados de la última Cumbre Europea, para entrar a citar, que no a debatir, las «pilladas» varias de la prensa: a Rajoy sobre la huelga que él se teme tras el anuncio de la Reforma Laboral; y a algunos socialistas en otras ocasiones.
Había hecho el Presidente el Informe Inicial, le habían contestado los distintos portavoces y, llegado el turno de Réplica, estaba Rajoy en el atril y en pleno discurso cuando se produjeron unos hechos noticiables:
El diplomático Jorge Moragas, puede que ejerciendo de Jefe de Gabinete del Presidente del Gobierno, hizo unos gestos muy poco diplomáticos. Mirando hacia el atril, esperó a que el orador le dirigiera la mirada, estiró los brazos, los dejó caer hacia los costados y los movió con rapidez cruzándolos un par de veces ante él.
– Le está diciendo que acabe. Ese es el gesto de que acabe. Parece que le está diciendo a Rajoy que termine. – comentó alguien en la Tribuna de la Prensa.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué el Jefe de Gabinete le manda esa seña al Presidente? ¿Un accidente? ¿Ha pasado algo en la calle? – preguntó un compañero.
– Tendrá alguna cita o algo que hacer más importante que atender a Rubalcaba – aventuró un tercero.
En el atril el Presidente seguía hablando, pero su jefe de Gabinete no se quedó quieto. Buscó un papel, escribió algo en él, lo dobló, dudó entre acercarse a la tribuna o no, se fue hasta la Mesa del Congreso, le entregó el papel al Secretario Gil Lázaro y se marchó.
Un momento después, Gil Lázaro, antiguo inquisidor sobre la X del Caso Faisán, se acercó al atril y depositó el papel desdoblado al lado de Rajoy.
– Si están organizados, ahora promoverán un aplauso general. – aventuró un periodista malicioso.
– ¿Para qué? – preguntó el único que poseía el solitario ápice de candidez que había entre la gente de la prensa.
– Para que le dé tiempo a leerlo y a resolver qué hace.
– ¡Lástima que no haya una cámara de televisión libre o un fotógrafo en el sitio oportuno para «tomar» qué se ha escrito en ese papel que está a la vista!
– Puede que alguien entienda que sea algo privado. Pero si ahora nosotros contáramos lo que estamos viendo y especuláramos sobre lo que está pasando…
Mientras tanto, el aplauso general se produjo, Rajoy leyó el papelín, pareció que no le daba importancia al contenido, terminó su parlamento y, antes de bajar, tomó el papel y se lo llevó al escaño.
– Pues debía ser importante, porque lo conserva.
Unos minutos más tarde, Jesús Posada, el Presidente del Congreso, anunció las novedades: Se abreviaba la Sesión y se decidía que sólo iban a tratarse algunas de la Preguntas de la Sesión de Control al Gobierno que seguía a continuación, para dejar las restantes para el día siguiente.
– ¿Esto lo ha decido la Junta de Portavoces o es una decisión sobre la marcha trasmitida en papelines? – preguntó el que seguía usando el minúsculo ápice de candidez ya casi gastado.
– Vete tú a saber. Puede que eso deba quedar como una de las cosas privadas de una maniobra parlamentaria que, al menos en este caso, no ha podido conocer, ni contar, la prensa en su momento.
Ya en la salida, al fijarse en los ojos ciegos y de bronce de los leones de la puerta, uno de los periodistas que habían cubierto la Sesión, recordó la maniobra iniciada por el Jefe de Gabinete del Presidente del Gobierno.
Pensando en ello y en la condición de las tretas parlamentarias, no del todo ocultas pero tampoco claras para la prensa, echó a andar hacia la Plaza de Neptuno con un par de ideas en la cabeza: El movimiento de los papelines en el hemiciclo y la Libertad de Prensa en el Congreso.