Antes de ir al Congreso de los Diputados, a presenciar la Sesión del Control al Gobierno del día veintidós de febrero con la becaria que haría de fotógrafa, nos acercamos los dos a la Iglesia de San Jerónimo el Real, que los madrileños llaman «Los Jerónimos» y que está a las espaldas del Museo del Prado y no lejos del Palacio de Las Cortes.
Habíamos ido allí a ver si nos encontrábamos a algunas de las señorías parlamentarias que veríamos después en el hemiciclo.
Ocultos en las bóvedas y amortiguados por los años, en el templo ya no había vestigio alguno de los añejos y alegres sones reales que allá por el año de gracia de 1906 repicaron por arcos y columnas con ocasión de la boda de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Tampoco de los que, más recientes con aires y esperanzas democráticas, surgieron en la misa votiva del Espíritu Santo que presidió el ya fallecido cardenal Tarancón al comienzo del reinado de Juan Carlos I en 1975.
Sí estaban resonando aún en las paredes, y con machacona y monótona insistencia, los ecos solemnes y monocordes de la frase de la Vulgata: Memento homo, quia pulvis eris et in pulvis reverteris. El párroco, sin parlamentarios en el templo, los había ido repitiendo a lo largo de la mañana mientras dibujaba una cruz de ceniza en la cabeza de los fieles, para recordar que todo lo humano es perecedero: «Acuérdate hombre, que polvo eres y al polvo regresarás».
Y es que en ese día coincidían la Sesión de Control al Gobierno, que tendría lugar en el hemiciclo del Congreso con los políticos como protagonistas, y la celebración por la Iglesia Católica del comienzo de la Cuaresma, que recibe el nombre de Miércoles de Ceniza y que evoca la condición perecedera de todo lo humano.
Al pasar al lado de los leones de bronce de la puerta del Congreso, nos fijamos los dos en los pelos revueltos del testuz del zurdo Malospelos, distintos a los más ordenados en la testa del compañero y diestro Benavides. Con los sones latinos de la iglesia aún recientes, evoqué el memento homo» que, como en el Miércoles de Ceniza, se les recordaba a los emperadores romanos en el momento de su coronación para que permanecieran en contacto con la realidad y atentos a las cosas que preocupaban al pueblo.
Mientras, en aras de la seguridad y en la cola formada ante el funcionario, rendíamos nuestras humanidades a la servidumbre de la identificación, comentamos algo acerca del acto al que íbamos: Las preguntas que los diputados formulan por escrito al Gobierno de la Nación, para recibir contestación y ejercer así el «Control de las acciones gubernamentales», que es una de las funciones políticas que corresponden al Congreso de los Diputados.
Por indicación del Jefe de Redacción, verdadero maestro de novatos y canalizador de vocaciones vírgenes, la becaria el día antes había repasado en el diccionario algunos de los conceptos que le habían ido surgiendo:
– «Pregunta»: Demanda o interrogación que se hace para que uno responda de lo que sabe de un negocio u otra cosa.
– «Capcioso»: Falaz o Engañoso.
– «Pregunta Capciosa»: Que se hace para arrancar al interlocutor una respuesta que pueda comprometerlo, o que favorezca propósitos de quien la formula.
No sabíamos si alguien nos facilitaría las preguntas que se habían formulado para ese día, pero llevábamos algunas de las ya hechas en otras sesiones. También conocíamos las disposiciones que regulan el turno de preguntas y respuestas: Para las preguntas formuladas por escrito y debatidas en un Pleno del Congreso, como el que íbamos a presenciar, el tiempo que se dedica a cada una de ellas es de cinco minutos justos.
Esos cinco minutos se reparten equitativamente entre el diputado que hace la pregunta y el miembro del Gobierno que la contesta. Y se contabilizan en unos relojes que marcan los tiempos con números de colores verdes y rojos.
La becaria, con una más que notable inteligencia, ya había descubierto por su cuenta algunos de los usos que emplean los parlamentarios a la hora de preguntar y los ministros para responder. Y es que para el menester de «controlar a base de preguntas redactadas por escrito» existe todo un conjunto de técnicas y artes – también posibles malas artes – que usan los que participan en el «juego dialéctico».
No siempre las preguntas son falaces o engañosas, pero la práctica aconseja no permanecer muy alejado de un prisma especial para detectar capciosidades.
Como ejemplo, teníamos ante nosotros la primera pregunta que el Jefe de la Oposición le había formulado por escrito al recién estrenado en el cargo Presidente del Gobierno el día 8 de febrero: «Señor Presidente del Gobierno ¿considera que tiene un programa a la altura de las necesidades de España?». Y la gallega y lacónica respuesta del gallego, hecha con la socarronería propia del inefable Groucho Marx: «Si considerara que no tengo un programa a la altura de las necesidades de España, tendría otro»
Esa es la primera parte del «juego parlamentario», que algunos disfrazan como estrategia: Una pregunta escueta, simplona y formulada por escrito, que favorezca los propósitos de quien la formula e intentando arrancar al interlocutor una respuesta que pueda comprometerlo. Y una respuesta también muy simple, aceptando el juego y ahorrando tiempo.
Después viene el resto: El turno de réplica del preguntante, que con intenciones menos apacibles y ya libre de un aviso no incluido en la pregunta, se permite opinar, criticar y argumentar en una acciones impropia del simple demandante de información. Y la pregunta termina con el turno final del que contesta, que aprovecha a su antojo y no sólo para responder.
Leímos lo que habían dado de sí los cinco minutos de la primera pregunta de Ape Rubalcaba. Hicimos lo propio con la simplísima y primera interpelación que había hecho la Portavoz socialista a la Vicepresidenta del Gobierno, que había tenido una cierta notoriedad en la prensa porque dio lugar a lo que alguien había calificado como el «apisonamiento de Soraya por Soraya». Y subimos para arriba, a la Tribuna de Prensa del Congreso.
– No había ningún diputado en Los Jerónimos tomando la ceniza.- dijo la becaria acodándose en la barandilla de la primera fila.
No contesté, pero los dos miramos hacia abajo. Allí estaban ya los diputados, algunos elatos y otros menos, conversando entre ellos y accediendo a sus escaños. Posiblemente fuera el momento de evocar el memento homo que la Iglesia recuerda en el comienzo de la Cuaresma, y que se les decía a los emperadores romanos en el momento de su coronación para que permanecieran atentos a las cosas que preocupaban al pueblo.
Y es que en aquel momento, cuando lo ordenara el Presidente del Congreso, iban a empezar las preguntas que para ser contestadas el Miércoles de Ceniza había formulado la Oposición Parlamentaria al Gobierno de la Nación.