El día 23 de febrero de este año ha caído en jueves. Para este día, la Mesa del Congreso de los diputados ha dispuesto que se vean las Propuestas de Resolución relativas a las Memorias del Consejo General del Poder Judicial, sobre el funcionamiento y actividades del propio Consejo y de los Juzgados y Tribunales de Justicia correspondientes al año 2010.
Benavides y Malospelos, los leones de bronce del Congreso, seguían hieráticos a la Puerta del Palacio de las Cortes, con las garras sobre las bolas y venteando los aires que se habían movido en las vísperas de todos los 23-F pasados y los que, más recientes y del último, aún corrían por la Carrera de San Jerónimo.
A pesar del tiempo trascurrido, – treinta y un años desde que Tejero entrara en el Congreso de los Diputados y veintinueve desde que el Gobierno de Felipe González lo hiciera en Rumasa -, alrededor de la fecha aún surgen los viejos tufos de los conspiradores, ocupadores y golpistas de otras épocas, que reverdecen como recuerdos en las vísperas del día.
En este año de 2012, la nueva Rumasa de José María Ruiz Mateos está con problemas económicos y judiciales y el patriarca de la familia, acuciado por otras urgencias y preocupado por la condición sexual de algunos jueces, parece que ha olvidado la ocupación y expropiación de su empresa y tiene aparcadas sus reivindicaciones de antaño.
No ha pasado lo mismo, sin embargo, con los sucesos que el año 1981 protagonizaron unos guardias civiles con el teniente coronel Tejero al frente de ellos en el Congreso de los Diputados.
En este año han surgido las declaraciones, opiniones e incluso libros de significados personajes y militares de la época, que han recordado el ambiente golpista de las vísperas, puesto de manifiestos los intereses encontrados de las familias políticas de aquellos momentos y desvelado algunas de las maquinaciones y los movimientos de las camarillas de políticos, periodistas y demás enredadores de aquel entonces.
En el hemiciclo, antes de que el Presidente Jesús Posada abriera la sesión para hablar de los Tribunales de Justicia, las miradas de algunos se fijaban en el techo e intentaban descubrir las huellas y descascarillados de de unos disparos ya viejos.
Algunos otros, desde el privilegiado lugar de la Tribuna de la Prensa en el Congreso y sobre unas butacas mal ancladas, obviaron esas huellas y se fijaron en otras con menos trascendencia histórica, pero también importantes para el futuro.
En el techo del enorme salón con forma de hemiciclo, en el que se celebran las Sesiones del Pleno del Congreso de los Diputados, han aparecido otras huellas que deberían ser estudiadas por los servicios de la Cámara que se encargan de las estructuras, las arquitecturas y los ornatos: En el techo han aparecido grietas.
Largas, sinuosas y sibilinas, las hendiduras han aparecido por las superficies de techos y paredes y serpentean formando arabescos en rendijas y grietas de distinta condición, que se aumentan y estrechan en función de la temperatura; y que sirven de inspiración, comentario y entretenimiento, a los que se fijan en ellas.
Y que en un momento, no muy lejano en el tiempo, pudieron dar lugar a una interrupción de la actividad parlamentaria que adquiriría la condición de grave porque se interrumpiría una sesión del Pleno. Fue lo que, aunque no se divulgó, entre unos cuantos se conoció y se guarda en la memoria como EL GOLPE DE LA PELOTITA DEL CONGRESO.
Ocurrió que en la Tribuna de la Prensa alguien intentaba combatir el estrés, robustecer los músculos del brazo y fortalecer las manos. Y para lograrlo utilizaba una simple pelotita de goma, de esas flojas que se comprimen cuando se cierra la mano y se expanden cuando cesa la fuerza prensil.
No se ha revelado si el «comprime pelotas» pertenecía al muy ilustre grupo de la gente de la prensa o si era miembro del no menos ilustre Cuerpo de Ujieres de Las Cortes. Pero lo cierto es que andaba en la Tribuna de la Prensa tocando, tocando y retocando la pelota.
Y, en una de esas, la pelotita se le escapó de las manos, botó en la moqueta y salió impulsada hacia el dentro del hemiciclo y en dirección al lugar que ocupa La Mesa del Congreso.
De haber saltado hacia abajo y no importa si impactando, o no, en alguien (Presidente del Congreso, orador, Vicepresidentes, Secretarios, Presidente del Gobierno, ministros, etc.) el descuido habría abandonado el tipo de los sucedidos chuscos para constituirse en prototipo excelso de Accidente Laboral, importante y generador, por sí mismo, de un S.P.G. (Suceso Parlamentario Grave).
Y es que, de caer la pelota al suelo, alguien se debería haber sentido en la necesidad y obligación de velar por la integridad de la Cámara y la seguridad de todos sus miembros. Consecuentemente, se habría suspendido la Sesión, buscado la pelota y verificado qué contenía. Una vez recobrada la tranquilidad y la calma, es, más que posible, seguro que se habría tratado de identificar y enjuiciar al causante del accidente: «un tocapelotas de la Tribuna de la Prensa»
Afortunadamente la esfera de goma no se precipitó al vacío. Fue a dar en una de las columnas, rebotó hacia atrás, fue recogida por alguien y, para evitar consecuencias, se silenció al gran público.
Hoy, en la Tribuna de Prensa, alguien, mirando para el techo y reparando en los desconchones de disparos viejos y en las grietas rebeldes, comentaba el hecho de algunas cosas que algunos supieron, pero no supieron, Que fueron, pero no fueron. Y que ocurrieron, pero no ocurrieron.
Entre ellas, El golpe de la Pelotita del Congreso.