Antes de hacer cualquier consideración acerca de la realidad nacional, parece necesario detenerse en concretar qué es la «realidad nacional». El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, cuando se ocupa de los términos «realidad» y «nacional» los define así:
- «realidad»: «existencia real y efectiva de una cosa. Verdad, lo que ocurre verdaderamente. Lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraprestación con lo fantástico o ilusorio»
- «nacional»: Perteneciente o relativo a una nación. Y, a su vez y en el mismo diccionario, se define a la «nación», como «conjunto de habitantes de un país regido por el mismo gobierno» y «territorio de ese mismo país».
Con estos conceptos podemos convenir que la «realidad nacional» es «la existencia real y efectiva, que ocurre verdaderamente y tiene valor práctico, en contraprestación con lo fantástico o ilusorio, del conjunto de los habitantes de un país, con sus características y circunstancias, regido por el mismo gobierno y el territorio de ese mismo país», que, para el caso que nos ocupa, la mayoría de nosotros conocemos y sentimos como España. Porque es de la realidad española de lo que habrá que entender, aunque algunos se pierdan en payasadas acerca de conceptos en formación, susceptibles de ser definidos o no.
Y lo que ocurre realmente es que el conjunto de los habitantes de España, que vivimos en el territorio español y que estamos regidos y gobernados por el mismo gobierno, nos encontramos ante una situación general que se ha ido deteriorando y degradando progresivamente, que perjudica a la mayoría y que es necesario cambiar, cuanto antes mejor, en beneficio de todos y con el menor coste para todos.
Puede que alguien se entretenga en buscar culpables y en censurar actos y comportamientos de los que democráticamente nos gobiernan y nos han gobernado. Pero es lo cierto que disfrutamos de un Estado democrático, que tenemos los gobernantes que elegimos y que, por ello, somos responsables de su elección, aunque no del nombramiento digital de algunos en particular, ni del comportamiento general de todos ellos. Por otra parte, tampoco tenemos mucho tiempo que emplear, o perder, de momento, en esos menesteres.
Parece más indicado ocuparse de esa «realidad nacional», enunciando el problema actual y viendo las medidas que están tomando y pudieran tomar quienes nos gobiernan y exponiendo alguna idea que podría resultar útil.
Volviendo otra vez al diccionario y utilizando sus definiciones, convengamos, porque así lo entendemos todos, que el problema actual es el que se deriva de la CRISIS, con mayúsculas, entendiendo por tal la «situación de un asunto cuando está en duda la continuación, modificación o cese y por extensión, el momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes». Y la definición es trascendental porque el asunto al que nos referimos es la «realidad nacional».
La CRISIS tiene muchas vertientes, pero la que nos importa ahora es la de carácter económico, que hemos convenido entre todos que es la más acuciante y la que más urge atajar. Y es en relación a la actualidad económica cuando surgen los inconvenientes para solucionarla, que no son otros que la confusión o la vacilación, que son los que generan la duda en los órganos gestores que han de solucionarla y la desconfianza en quienes han de valorarla.
Y es que, para entender la magnitud del problema y las medidas a aplicar, lo primero que necesitamos saber es la «realidad económica nacional» en la que habrán de ser aplicadas. Se habla ahora de la herencia recibida, de la inviabilidad de un Estado de las Autonomías como el actual y de la catástrofe económica que supuso la última etapa socialista. Pero no se especifica cuál es exactamente esa realidad y lo que el actual Gobierno se ha encontrado al llegar al poder.
En su lugar se nos da cuenta de compromisos y acuerdos con los Partidos Nacionalistas, se nos filtra la existencia de reuniones clandestinas y secretas entre Rajoy y Rubalcaba, de pactos bajo cuerda entre ellos y se deja correr la «noticia» de que éste, Rubalcaba, accederá a lo que le «ordene» aquel, Rajoy, para evitar que desde el gobierno se tire de una cuerda que puede ahorcar y que ya en algunos ambientes, socialistas y no socialistas, se conoce como «El cordel del Faisán que tiene atado por los… a Rubalcaba».
Mientras tanto, los Consejos de Ministros de los Viernes se han convertido en una especie de Viacrucis, no se sabe si programado o espontáneo, que una semana sí y otra también va imponiendo un largo serial de penitencias que no todos entienden y que algunos, los más crédulos y mejor intencionados, aceptan como imprescindibles, mientras que otros, el resto, confesos ignorantes de las causas que los originan, protestan sembrando la realidad nacional de desilusión e impidiendo la cohesión.
Llegados a este punto y conocida la «política informativa» que se nos da, puede que hasta se nos administre, inexorablemente, surge la pregunta:
¿La información que tenemos resulta así por incompetencia informativa de los departamentos de prensa que la manejan (Ejecutivo, Partidos Políticos, etc.) o está así diseñada para algún fin concreto? O, lo que es lo mismo,
¿Teniendo sujeta a la Oposición con la cuerda del Faisán, es necesario mantener la información controlada para aplicar una serie de medidas que se van administrando por entregas con los «misterios dolorosos de los rosarios penitentes de los viernes» en que parecen haberse convertido las sesiones informativas posteriores a los actuales Consejos de Ministros del Gobierno de Rajoy?
Hay veces que las cosas ocurren por casualidad, pero no es en la actividad política, con un gallego inteligente a las riendas y en cuestiones de la envergadura de la «realidad nacional» donde suelen ocurrir este tipo de imprevisiones. Por ello habrá que convenir que entre las dos opciones, Claridad informativa o el «cordel del Faisán», de momento Mariano Rajoy ha optado por la segunda.
Sin embargo, es posible que pueda, e incluso deba, considerarse una optativa distinta, más clara y para demócratas adultos, capaz de considerar la «realidad nacional» a la vista de todo el mundo, tratando de cohesionar a todos y reunir la voluntad común sin concesiones a la utopía oscurantista.
Se trataría de que Mariano Rajoy, con las barbas recortadas y aspecto descansado, no en la Sede del Consejo de Estado, sino desde el atril de la Tribuna del Congreso, si quiere darle importancia al Poder Legislativo, o desde el despacho del Presidente del Ejecutivo en el Palacio de la Moncloa, si hay que manifestar la realidad del Poder Ejecutivo, dejara de lado el «Cordel del Faisán» (de momento, ya habrá tiempo de que el Poder Judicial se encargue de supuestos comportamientos indebidos) y se dirigiera a todos con un fin muy concreto, un parlamento muy simple y ampliando el discurso con el que consiguió la Presidencia del Gobierno en la Sesión de Investidura de hace algo más de cuatro meses:
«Esto es lo que nos hemos encontrado al llegar al Gobierno, esto es lo que nos exige Europa, esto es lo que cuesta mantener el Estado de las Autonomías, esto es lo que podemos mantener del Estado del Bienestar que nos decían, esto es lo que el Partido Popular ofreció en su programa electoral, esto es lo que ofrecemos a la Oposición Parlamentaria, esto es lo que nos exigen los Partidos Nacionalistas y esto es lo que según mi convicción he decidido hacer».
Y es que es posible que ésta sea, sino la mejor opción, porque puede que existan datos que la impidan, otra expectativa distinta a la actual, que a algunos se les antoja más conveniente como alternativa, para conocer la realidad nacional, conseguir la cohesión de todos y «pasar» con éxito las pruebas del futuro: Electorales (Elecciones Vascas, Elecciones Gallegas, etc.) y de otro tipo (Exigencias europeas, pretensiones autonómicas, etc.).
José Luis Heras Celemín es corresponsal político de Periodista Digital en el Congreso.