«Ich bin ein Berliner» (Soy un berlinés) fue la frase con la que en el año 1963 el Presidente John F. Kennedy saludó a los cientos de miles de berlineses que le aclamaban en el extremo de la calle Unter den Linden, o «Paseo Bajo los tilos», intentando sin mucho éxito remarcar las erres, de Berliner, para emocionar a un auditorio que le acogía complacido como un berlinés más a la vera de los arcos de la histórica Puerta de Brandenburgo.
Hace unas noches, antes incluso de que el francés François Hollande resultara elegido como presidente de la Republica Francesa, para suceder a un Nicolas Sarkozy «carlobrunizado» por las urnas, algunas de las personas con las mentes más preclaras del país germano, como hacen algunos días desde hace ya varios años, se acercaron, paseando por el Paseo Bajo los Tilos, hasta la Puerta de Brandenburgo para comprobar, una vez más, la inexistencia del muro de la división, gustar la libertad en el ambiente berlinés y disfrutar del hermoso parque europeo adyacente.
A lo lejos y entre la bruma, la Siegessäule, o columna de la Victoria, se alza magnífica, para conmemorar la victoria germana frente a Napoleón III en la Guerra Franco prusiana.
No cambiaron palabra entre ellos al respecto, pero posiblemente los dos recordaran el intento galo de dinamitar y derribar el monumento al final de la Segunda Guerra Mundial, para borrar la derrota.
Y cómo los negociadores posbélicos consiguieron mantener en pie la columna permitiendo que los franceses salvaran «le grandeur de la France» llevándose los bajorrelieves que aludían al descalabro bélico.
Ya en aquellos momentos, las encuestas electorales pronosticaban la derrota de Sarkozy y la posibilidad, casi certeza, de que el nuevo presidente de la República Francesa, perteneciera a las filas socialistas.
Alarmados por las catastróficas consecuencias que el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero había dejado en España, según proclamaba en campaña el todavía Presidente franco Sarkozy, era el momento de «pensar» en cómo seguir manteniendo en pie la columna, no la Siegessäule aurea del pasado sino el puntal básico actual en el que asentar la continuidad de Europa.
– En España.- dijo uno de ellos, con una pronunciación digna del castellano más genuino. – En España, sí. Está en España, en un pueblo de la Costa del Sol y disfrutando del clima mediterráneo. Es ya mayor, tiene algo más de ochenta años, pero puede ser el indicado.
- – ¿Deká? – preguntó otro.
- – Deká. De punto, Ka punto. Sí. – contestó el primero.
Después miraron hacia el monumento de la Puerta de Brandenburgo, que su autor, el arquitecto Carl Gotthard Langhans, concibiera como un símbolo de paz, tranquilo y sin caballos, y que en apenas un par de años hubo de transformarse en la exaltación escultórica a la «fuerza prusiana» colocando sobre ella una cuadriga con su tiro de cuatro corceles de bronce controlados por la mano firme de un auriga.
«Dicho y a hacerse», que no es tanto como «dicho y hecho», pero que, al comienzo y ordenado por el que, o la que, manda, y antes de empezar la acción, tienen varios puntos en común.
Y se llamó con urgencia a Deká, o, D.K., con un encargo muy concreto, en relación con François Hollande, el que entonces aún no era más que un posible, casi seguro, candidato a inquilino en el Palacio del Eliseo, que es la residencia oficial del Presidente de la República Francesa.
Y Deká, o D. K., octogenario y achacoso, empezó un periplo no muy largo, pero sí rápido, oportuno, valioso y en varios aviones con rutas marcadas y destinos distintos: Málaga, Berlín, París, Berlín, y otra vez Málaga, pero esta vez, con la posibilidad de una escala en Londres, pasando por Madrid, porque «esto de viajar en líneas regulares tiene esas cosas», convendría con alguien y tras un par de descafeinados con sacarina y leche desnatada en el aeropuerto madrileño de Barajas.
«Ich bin ein Berliner» (aunque no berlinés, es europeo)
Fue la conclusión del viaje y la información que, traducía y expresa, se llevó a quienes esperaban la noticia en Berlín, a unos metros de los corceles de bronce que tiran de la cuadriga que campea sobre La Puerta de Brandenburgo.
Sin embargo, éstos, cautos y prudentes, aún debieron analizar las pocas similitudes y las enormes diferencias entre la «desgracia hispana» con Rodríguez Zapatero y la eventualidad, casi certeza, de un «enarca» al frente de la República Francesa.
No hubo que aclararle a nadie que un enarca no es el que se encoje o achica, como se define en el diccionario de la Lengua Española, sino el encargado de tomar el mando en algo después de haberse convertido en lo que los franceses conocen como enarques, o licenciados en la ÉNA (Escuela Nacional de Administración), de la que se nutren los distintos órganos de la Administración del Estado francés.
Todos sabían que tras el enarca François Hollande hay algo más que un «calienta bancos de partido», que tiene una sólida formación de socialdemócrata centrista, que supo apartarse de la actividad política para ceder protagonismo a su ex mujer Ségolène Royal y que, tras superar el divorcio, ha sabido capaz mantener su integridad política y su capacidad intelectual para tener el honor de encaramarse en la Presidencia de la República Francesa.
Unas horas después, las noticias de agencia y las opiniones de todos llenaban de «contenido» las editoriales y los noticieros de todos los medios de comunicación:
«François Hollande, el próximo presidente de la Republica Francesa, se entrevistará en París con el Presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rumpuy y con el Primer Ministro de Luxemburgo y Presidente del Euro grupo, Jean-Claude Juncker, el miércoles y jueves, antes de su viaje a Berlín para tratar sobre la realidad del pacto fiscal de la Unión Europea y la posibilidad de introducir algunas medidas para conseguir relajar la austeridad que impone la canciller alemana Ángela Merkel».
«Según Jean-Marc Ayrault, jefe del grupo parlamentario socialista y posible Primer Ministro francés tras el ascenso de Hollande, las pretensiones del recién vencedor de las elecciones a la Presidencia de la República Francesa, ante los líderes europeos, tratarían de suavizar la dinámica impuesta por el tandem Merkel-Sarkozy, para evitar el estancamiento, aunque, según se dice, se habría encontrado con la negativa de los anteriores, contrarios a volver a negociar un Pacto Fiscal suscrito por los estados europeos».
«A pesar de todo, Jean-Claude Juncker admitía la posibilidad de aceptar «añadidos pro crecimiento» al pacto, si bien «no necesariamente bajo la fórmula de un nuevo tratado».
«Ich bin ein Berliner»: Soy un europeo en Berlín.
Se espera que, con una acento francés distinto al de John F. Kennedy, así lo confirme,- parece que ya lo ha manifestado, en privado, ante D.K. y en París – François Hollande, el Presidente electo de los franceses a su llegada a Berlín, a la vera del Paseo Bajo los Tilos, al lado de la Puerta de Brandenburgo, no lejos de la Columna de la Victoria y unos metros más abajo que la cuadriga de bronce que representa la exaltación a la «fuerza prusiana».
Se espera también que, como en el pasado, se supriman bajo relieves y otros símbolos que traten de derrotas, vencidos o vencedores. Y que al lado de la Puerta de Brandenburgo sigan enhiestos los pilares y columnas en los que se asienta Europa.
José Luis Heras Celemin es corresponsal político de Periodista Digital en el Congreso.