Desde que el Gobierno de la Generalitat catalana diseñara la página web de información en catalán y con traducción automática al inglés y al castellano, las bromas y chanzas a cuentas del primer apellido del Molt honorable President Mas no han dejado de surgir por doquier.
Y corren, de boca en boca y un punto pícaros, por entre los corrillos políticos del Palau de la Generalitat catalana, a modo de chascarrillos y chilindrinas y con un vigor inusitado, en busca de ser incluidas entre las Historias Ocultadas del nacionalismo catalán, que escribiera no hace mucho el profesor barcelonés Javier Barraycoa.
Y es que la máquina traductora, que no repara en tildes ni entiende de títulos y honores locales, cuando ha de traducir al inglés «President Mas», lo convierte en «More President» o » the President More» sin reparar en el acento; y, de paso, propicia el mote jocoso que se cuchichea y comadrea junto a la oreja entre catalanes, ya sean nativos o charnegos: El Turmore de Turmas, por Artur More de Artur Mas. No agudo, sino llano, sin acentos, despacito y al oído, sonando a algo así como a túrmix sorprendente: esa batidora del pasado que no ha sido merecedora de acceder al diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, pero que parece capaz de desmenuzar y deshacer cuanto se poner a su alcance.
El apodo ha tenido tanta suerte que al llegar a Madrid, la villa y corte, ha borrado y sustituido con éxito al «Arturito Nono», el diminutivo cariñoso y un punto crítico con el que en algunos ambientes se conoció durante unos días al que fuera conseller en cap de Pujol en el momento en el que accedió a presidir el Govern o Consell Executiu de Catalunya en sustitución del andaluz, y también Molt honorable President, José Montilla i Aguilera, con la i latina entre apellidos.
Y es que, parece que con un doble sentido, se aprovechó el diminutivo del nombre, Arturito de Artur y Arturo, con el final del ordinal sucesorio que ha correspondido en la presidencia del gobierno autonómico, Nono de Centesimovigésimonono para formar el apodo. Parece que también existía en la segunda parte del remoquete depuesto, Nono, un cierto tono con el que pudiera que se tratara de censurar, con el par de negaciones unidas, una forma de comportamiento que empezaba a resultar inoportuna y ciertamente incómoda, dadas las circunstancias económicas.
Una consulta hecha en voz alta en la redacción del periódico, a mi paso, según salía, y la consiguiente respuesta del Redactor Jefe, con la eficacia real de todos los actos inteligentes y con la circunstancia especial de la casualidad, vino a añadir algo importante al apellido del molt honorable Artur Mas.
– ¿El Mas del catalán tiene acento? – preguntó una becaria guapa, aplicada y diligente.
– No. No tiene acento. El mas no es más. No es un adverbio comparativo que manifiesta ampliación o superioridad. Es un mas átono y sin fuerza, sin tilde, conjunción adversativa que significa pero.
– Gracias, Jefe. Pero, reparo, obstáculo, dificultad, inconveniente.- dijo la becaria, que repite algunas cosas para aprenderlas e incluirlas en su léxico periodístico y aprehenderlas y engancharlas con fijeza en su mente de profesional notable.
– Sí, ése el apellido de Artur Mas. – Sentenció el Redactor Jefe.
Salí a la calle y seguí con el asunto en la cabeza. El mas sin acento no supera ni amplia nada, recordé. Por el contrario es una conjunción adversativa, de disyuntivas, oposiciones e inconvenientes. Decidí usar la clemencia al pronunciar un mas átono y en voz queda, al margen del molt honorable Centesimovigésimonono Presidente de la Generalitat catalana.
Después eché a andar; y a pensar. Ese día y en ese momento, la noticia que ocupaba a la redacción del periódico se refería a las declaraciones de Artur Mas, con intenciones intuidas y puede que adversativas, a unos periodistas extranjeros en relación con la situación económica de Cataluña: Las necesidades financieras que acuciaban a su gobierno para poder atender los pagos y las nóminas de fin de mes parecían ser tan perentorias y acuciantes que, según había declarado, era necesaria la ayuda inmediata y urgente del resto de la nación española para sacar a Cataluña de la estacada en la que se encontraba.
El Presidente Mas no había cuestionado la forma que sus predecesores habían usado para administrar los caudales públicos catalanes y españoles. No constaba su exigencia de responsabilidad alguna a lo que por aquellos lares llaman «dispendios del Tripartito», aunque sí el propósito de enmienda para evitar lo que allí, y en el resto de España, algunos sienten como «despilfarros autonómicos».
Tampoco el presidente de apellido átono había expuesto «las cuentas reales» que demuestren las relaciones y participaciones que Cataluña ha tenido, disfrutando o padeciendo, con el resto del Estado. Ni el buen, o mal, uso que los políticos autonómicos han dado a los impuestos que los ciudadanos catalanes y el resto de españoles han puesto en sus manos.
En su lugar, el molt honorable acostumbra a hablar de los déficits fiscales de Cataluña, que se vienen citando de continuo, parece que aumentados de forma interesada. Pero no ha aportado una valoración cabal de a cuánto ascienden esos quebrantos fiscales ni un cálculo juicioso y ecuánime para averiguar a cuánto ascienden los débitos que Cataluña tiene con el resto del Estado, por las cuantiosísimas ayudas del pasado (infraestructuras, olimpiadas, etc.) o por disfrutar de unos consumidores, clientes condescendientes y sumisos, obligados a comprar con sobreprecios los productos catalanes a unos precios superiores a los del mercado.
Como el tema, la calle se empinaba hacia arriba. Entonces recordé dos cosas: La presencia del Presidente Mas en el acto en que se ofendieron a los himnos y símbolos españoles con ocasión de un partido de fútbol sin que, como autoridad del Estado Español, hiciera algo al respecto. Y las suavidades y matizaciones con las que acudió en su ayuda con presteza Duran i Lleida, el aragonés que ejerce de catalán con una i latina entre sus apellidos, cuando, en oposición reciente a algunos de sus conmilitones, se había decantado por evitar aventuras y otros lances independentistas.
Hacía calor, iba sudando y dejé de pensar en el asunto convencido de que existirán algunas mentes, más despiertas y lúcidas que la mía y con tiempo y voluntad bastantes, dispuestas a valorar si el apellido Mas, además del gentilicio que usa el actual President de la Generalitat de Catalunya, se ajusta, o no, al tono, que no comportamiento, adversativo que existe cuando no se usan los acentos españoles.
José Luis Heras Celemín es corresponsal político de Periodista Digital.