Medea salvó a los argonautas al advertirles que no debían mirar a los ojos de la serpiente que custodiaba el Vellocino de Oro, puesto que ese ofidio que nunca duerme puede hipnotizar con su mirada. Del mismo modo, muchas víctimas del terrorismo tratan de evitar el encuentro con los asesinos etarras, por no caer en la hipnosis de verles como seres humanos y otorgarles su perdón a cambio de que los suyos dejen de matar y poder así lograr la paz en el País Vasco.
Pocos han sido los que han aguantado esa mirada. Pero los hay. Adoración Zubeldía, la viuda de José Javier Múgica, se giró en el tribunal para mirar directamente a los ojos de García Gaztelu Txapote, que apartó la vista como lo que es, un cobarde criminal. Y Consuelo Ordóñez acudió a la prisión de Zaballa para verse, cara a cara, con Valentín Lasarte, uno de los asesinos de su hermano Gregorio, y constatar que mirarle a los ojos no es suficiente para borrar su sangriento historial de sicario.
El consejero vasco de Interior, Rodolfo Ares, que no ha derramado su sangre en ningún atentado ni ha tenido que llorar la pérdida de un familiar asesinado por ETA, ha arremetido contra la hermana de Gregorio Ordóñez y la ha acusado de intentar, con su actitud, «deslegitimar» la política de los Gobiernos de Madrid y Vitoria. Como si fuera legítimo que un Gobierno, cualquiera, pretenda que los criminales vean perdonados sus delitos, simplemente a cambio de que no cometan más.
Nadie en su sano juicio otorgaría el perdón y la libertad a un violador y asesino de niñas sólo porque prometiera que iba a dejar de hacerlo. Si eso fuera así, cualquiera de nosotros estaría legitimado para cometer un crimen, sabiendo que, con decir que no habrá reincidencia, será suficiente para esquivar la merecida cárcel. A la serpiente de ETA no hay que mirarla a los ojos. Hay que despedazarla con el hacha en la que se enrosca. Y eso es lo que sigue haciendo la Guardia Civil.
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