¡Y cómo lo hizo! Empezó despreciando las instalaciones que se le brindaban en el Palacio de la Moncloa, quizás para no aparecer con la bandera de España a su lado; y optando por comparecer ante la prensa en un sótano, pequeño y a modo de catacumba, de una Oficina de Turismo que tienen los catalanes, no se sabe si prestada, en propiedad o en régimen de alquiler, en la madrileña calle de Alcalá. Allí y muy cerca, está, también y desde hace mucho tiempo, el Círculo de Bellas Artes, que no se puso allí para la ocasión y que no tiene nada en común con las Artes “non bellas” del subterráneo en el que se ocultó el señor Mas.
Ante una tarima gastada, con sillas plegables puestas en orden y a todas luces insuficientes, los representantes de la prensa tomaban las instantáneas del local y se hacían, y deshacían, en dos tipos de comentarios: Los que se fijaban en la ausencia de la bandera de España, que no aparecía entre la catalana y la europea (Por instrucciones de Presidencia, explicó alguien de la organización). Y los que se ocupaban del local, al que alguien definió como “covachuela para nido de murciélagos y otros mamíferos, alados o no, pero amigos de lo oscuro”.
Como no se había preparado nada y el tiempo pasaba, los periodistas que esperaban, – sin saber por cuánto tiempo y sin comunicación con el exterior, por una “falta de cobertura en la red telefónica” no prevista, todavía, para comunicarse en los sótanos por los que se mueven las gentes de Mas -, intentaban pasar el rato como podían, sentados en sillas algunos (los menos), o en el suelo y escaleras (el resto, que eran mayoría).
Uno de ellos, un joven alto y desgarbado (de la RTP: Radio Televisión Portuguesa) había dejado la cámara al lado, se había sentado en la tarima y sin nadie con quien hablar se entretenía leyendo un libro:
FESTIN DE CUERVOS: CANCIÓN DE HIELO Y FUEGO, de George R.R. Martín que, se leía en la portada, era una edición de bolsillo barata.
Para hacer más suave la espera, algunos leímos, y comentamos, la contraportada, que, como el Círculo de Bellas Artes, no había sido puesta allí para la ocasión:
“Mientras los vientos del otoño desnudan los árboles, las últimas cosechas se pudren en los pocos campos que no han sido devastados por la guerra, y por los ríos teñidos de rojo bajan cadáveres de todos los blasones y estirpes. Y aunque casi todo Poniente yace extenuado, en diversos rincones florecen nuevas e inquietantes intrigas que ansían nutrirse de los despojos de un reino moribundo”
A las 13 horas y 39 minutos, por fin, apareció Artur Mas, al que habían llevado por una puerta trasera, a través de pasadizos angostos y pasajes estrechos más propios para ser usados por capos de la mafia en huida que por el “molt honorable president de la Generalitat Catalana” en visita a la capital de España.
Pero allí estaba, ante dos hombres de seguridad, que le flanqueaban a ambos lados sin subirse a la tarima y que se excusaban porque estropeaban fotos y tomas. Con el traje nuevo, provinciano y arrugado, algo más largo de lo habitual y que, a decir de una de las mujeres de la prensa, “merecía un buen repaso de plancha”. Con los zapatos limpios y lustrosos, como de haber andado sobre las alfombras que le tendió Rajoy desde la Presidencia del Gobierno. Y con unas primeras palabras en castellano que en el sótano sonaron fuertes, aunque no muy adecuadas para ser pronunciadas por el Presidente de una de las regiones españolas más prósperas, queridas y entrañables:
– “Mi función no es organizar la sala, que bastante trabajo tengo. La sala tiene los metros cuadrados que tiene. Cuando haya un poco de calma, empezaré” – dijo el molt honorable a modo de saludo, porque no hubo otro, y puede que de excusa, ciertamente impropia en boca de un Presidente que antes fue “Conseller en cap”.
Después, ante un atril de metacrilato y unos papeles pequeños, en blanco, como de un octavo de folio y que utilizaría para anotar alguna que otra cosa con un “boli bic”, empezó el parlamento que, dijo, iba a ser en catalán, castellano o inglés, según los que le preguntaran y que duró trece minutos.
– ¿No será Mas gafe?- preguntó alguien mirando el reloj.
– ¿Por qué?
– Ha llegado a las 13 y 39 que es múltiplo de trece y ha hablado 13 minutos en catalán. Mal empieza la cosa para los supersticiosos con el dichoso número 13.
Pero, a pesar del 13, no paso nada. Mas habló de lo que se esperaba: Control del Déficit, Problemas de Tesorería, Cargas desequilibradas, Conferencia de Presidentes y sobre el Pacto Fiscal.
A las 13 y 52, es decir 13 minutos más tarde, repitió lo mismo que había dicho en catalán pero esta vez en castellano, también sin papeles y con dos consecuencias importantes:
UNA.- Lo que en catalán le había llevado 13 minutos (desde las 13,39 a las 13,52) en castellano sólo le costó explicarlo 9 minutos (desde las 13,52 a las 14,01). Es decir, para todos es más rentable que Mas hable en castellano, porque le cuesta menos tiempo hacerse entender.
DOS.- Al terminar de hablar en castellano, alguien le acercó un vaso de agua, con el que se humedeció los labios, recuperó líquidos y jugos y debió de sentirse aliviado, al menos en la sed. Es decir que tras hablar en castellano, el distinguido presidente catalán, puede saciarse, al menos las ganas de beber.
Al terminar y antes de las preguntas, una confesión sobre el llamado Pacto Fiscal:
– No ha ido bien. No hay margen para negociar nada. Rajoy no quiere y los demás partidos nacionales tampoco. Yo lo he intentado, pero en la otra parte de la mesa la respuesta es no. No tiene sentido seguir en esta vía. El pueblo de Cataluña no quiere un futuro gris y si la negativa al Pacto Fiscal es así, habrá que tomar decisiones. Creo que se ha perdido una oportunidad histórica. Pero la vida es así y no podemos quedarnos en la impotencia. Se pueden encontrar proyectos de futuro que en la semana próxima podremos emprender.
Después siguieron las preguntas, algunas en catalán, otras, las más, en castellano. Hubo incluso una pregunta formulada en castellano por un catalán al que conocía Artur Mas y que no se sabe si quiso, o no, corregir, cuando le recordó que los dos eran catalanohablantes pero que le iba a contestar en castellano porque le había hecho la pregunta en ese idioma.
El tiempo pasaba, las preguntas y las contestaciones se repetían, algunas a modo de salmodias, y algunos periodistas empezaron a abandonar el Sótano en el que Más había metido la imagen de Cataluña.
En la calle, una vez fuera de la catacumba catalana, lucía el sol. En los parabrisas de los coches alguien había dejado unas hojas iguales a los pasquines que en unos jóvenes entregaban a los que pasaban por allí, con un lema que llamaba la atención: Más España.