Imaginemos una persona que dice: «La indignación de los creyentes es comprensible cuando se ofende sus creencias directa e inexcusablemente; la blasfemia hacia lo que millones de personas consideran sagrado debe considerarse incitación al odio y tratarse como tal». En palabras de El Trasgo en La Gaceta, Podré estar o no de acuerdo, pero es una posición coherente.
También lo es la postura del que sostenga: «La libertad de expresión es un derecho primario e irrenunciable de toda sociedad civilizada, y los creyentes deben entender que lo que para ellos es sagrado para otros, con igual derecho a expresarlo, puede resultar ridículo e incluso ofensivo».
En cambio, sostener una u otra postura movido por el interés o el miedo es sólo digno de desprecio. Y la postura por defecto de nuestra progresía.
Barak Obama y Hillary Clinton han grabado un vídeo de 70.000 dólares, cortesía del contribuyente norteamericano, para emitir en Paquistán desvinculando al Gobierno del vídeo contra Mahoma que -para el que se lo quiera creer- está poniendo la Umma en pie de guerra. Con escaso éxito, como ha podido verse. «El Gobierno de Estados Unidos no tiene absolutamente nada que ver con este vídeo», dice Hillary ante las cámaras. «Rechazamos absolutamente los intentos de denigrar las creencias religiosas de otros».
Sin irnos tan lejos, en El País podemos leer un primer editorial, ‘Creencias y libertades’, con frases como «La indignación de algunos musulmanes es comprensible ante lo que parece una provocación o una palmaria exhibición de mal gusto» o «Los dibujos de Charlie Hebdo o el pedestre vídeo sobre Mahoma son inoportunos y provocadores».
Y está muy bien, ¿no? Lo malo es que el mismo diario global no veía en absoluto «comprensible» la indignación de los cristianos ante «provocaciones o palmarias exhibiciones de mal gusto» como la pieza teatral de Íñigo Ramírez de Haro cuyo título era una blasfemia que no me da la gana reproducir, o cuando Andrés Serrano expuso como ‘arte’ un crucifijo inmerso en su propia orina.
No, en ese momento el diario ahora tan comedido aplaudía al autor cuando afirmaba que «lo que está pasando es muy grave, un claro amordazamiento de la libertad de expresión», en referencia a los intentos, legales y enteramente pacíficos, de detener la obra.
En el caso de Piss Christ, la provocación es, directamente, una virtud de la obra. Lejos de hablar de «palmaria exhibición de malo gusto», Alberto Martín comparaba al autor en ‘El espíritu y la carne’ con «Caravaggio, Zurbarán, Velázquez, Ribera o Rafael».
Nada es esencialmente distinto al otro lado del charco, la secretaria de Estado que «rechaza absolutamente los intentos de denigrar las creencias religiosas de otros» fue a ver ‘El Libro del Mormón’, un músical de Hollywood cuya pieza más coreada es ‘Que te j****n, Dios». Hillary se puso de pie para aplaudir.
Haz películas, musicales, teatro o instalaciones ridiculizando la fe mayoritaria de tu país y fundante de tu civilización y los líderes honrarán tu obra y la prensa ‘seria’ alabará lo ‘transgresor’ y ‘provocativo’ de tu creación. Haz lo mismo contra la religión mayoritaria en países de democracias defectuosas o inexistentes y un pavoroso historial de violaciones a los derechos humanos y el presidente de Estados Unidos filmará un vídeo disculpándose y denigrando tu obra.
No sé si se dan cuentan del evidente mensaje que transmiten: si quieres que respetemos tu fe, mata. La izquierda es la quinta columna de la barbarie. Pueden atacar la civilización occidental a las bravas, abierta y violentamente, a la manera de mi amigo tuitero Txetxu Radzinsky (nombre ‘artístico’), quien nos comenta que «para construir alternativa hay que destruir lo establecido; ni reformas, ni revisiones», o hacerlo como mi nada amigo Janli Cebrián, dejando que madure la tripita burguesa bajo la corbata de Armani y entregándose gozoso en manos de ‘los mercados’. Da igual. El nombre del juego es rendición preventiva, cesión cobarde.
IZQUIERDA IMPACIENTE
Ha nacido Izquierda Abierta, que no sé qué puesto toca entre Izquierda Unida e Izquierda Plural. Imaginamos maliciosamente que la nueva izquierda será tan merecedora del calificativo como las anteriores.
Yo pronpongo otro: Izquierda Impaciente. Y es que parecen haberse cansado de esperar a que las masas se conciencien de una puñetera vez y les voten, y quieren darle una oportunidad a la algarada, por volver a sus raíces. Lo cuenta Llamazares en eldiario.es, pero de tal forma que no sé si llegará a los quincemeros a los que de Twitter les sobran caracteres: «Si somos capaces de articular con este nuevo espacio, con esta nueva propuesta el fondo y las formas de ese frente común de la izquierda que necesitan los progresistas de este país podremos afrontar una nueva etapa social sin las renuncias que pagamos la mayoría». ¡Ains!