«Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos». La frase es de Tyler Durden, protagonista de ‘El Club de la Lucha’ y, sobre la imagen dibujada de un tipo duro, es el motivo de la camiseta que enseña en Twitter Alberto Garzón. Me llega por Irene Sánchez (@irenuita), una de sus ‘acosadoras’ más implacables, que siempre se refiere a él como ‘Dipucuqui’. Lea a El Trasgo en La Gaceta.
A menudo me he preguntado por el extraordinario prestigio de la izquierda, especialmente en nuestros tiempos. Como teoría, sobre el papel, el socialismo es sencillamente ridículo, válido quizá para otra especie de seres inteligentes pero no para los hombres y mujeres reales. Como práctica, ha sido sencillamente desastroso, produciendo indefectiblemente, allí donde se ha probado, represión, opresión y pobreza. Después de la caída del muro de Berlín, se diría que nadie en su sano juicio podría volver a ser comunista.
VIVIR DENTRO DE UN ESPEJISMO
Y, sin embargo, la izquierda sigue vendiéndose como ‘progresismo’ (es decir, lo que está por delante) y continúa mirando al resto desde un inasaltable pedestal de juez de lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, que la propia derecha admite implícitamente y a regañadientes. ¿Cómo es posible?
La camiseta de Alberto me da una pista: la izquierda es una ideología infantil y la nuestra es una sociedad infantilizada. La izquierda es el Peter Pan de las doctrinas políticas, el Niño que No Quería Crecer y prefiere refugiarse en una nebulosa Tierra de Nunca Jamás antes que aceptar la dura realidad.
Eso explicaría, por ejemplo, que un diputado de Izquierda Noséqué luzca orgulloso la leyenda «Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos» sin darse cuenta de que una de esas «mierdas que no necesitamos» es, seguramente, esa camiseta. Has caído en la trampa del mercado, Alberto.
Por otra parte, en un momento en que España se dirige a toda máquina hacia los seis millones de parados y que los camaradas de Alberto marchan tan a menudo «por el empleo», ese desprecio al trabajo resulta, como poquísimo, frívolo. ¿O es que los camaradas de Alberto nos van a conseguir a todos trabajos ideales, divertidos, que cansen poquito y estén magníficamente pagados?
En ‘El País‘, Rafael Argullol me ha hecho pensar en esto mismo, e incluso en el narcisismo de la izquierda, incapaz de verse en otro espejo que en el de la madrastra de Blancanieves (convenientemente tuneado), en su columna «Dios habita en Suiza«.
Se asombra en ella el autor de encontrar en el país alpino un licenciado en Física que hace una exposición creacionista (la teoría de que el universo fue creado literalmente como se explica en el Génesis, en seis días). «El creyente en Dios es de un candor agresivo y automático», explica el autor en un momento, y me ha parecido ver a los que esperan no sé qué solución mágica de reunirse en las calles para gritar «no debemos, no pagamos» o de quienes han hecho de una Cataluña inventada un dios que no puede dejar de decepcionarlos.
La izquierda pierde la batalla de la realidad, pero gana la de la propaganda con una mano atada a la espalda. Uno de sus trucos infinitos es juzgar a los demás por lo peor y a uno mismo por lo mejor. Es lo que hace Manuel Rivas en «El ‘fuck off«, también en el diario global: «Es un lugar común que la izquierda está torpe y la socialdemocracia ha perdido el olfato y otros atributos. Pero, para compensar, tenemos esta derecha lozana que picotea vísceras en la cueva de las ideas».
Picoteando él mismo, cita a la Fabra («¡Qué se jodan!») y a Bregaña («Las leyes son como las mujeres, están para violarlas»), conocidos pensadores de la derecha española.
Infantil, no se me ocurre otro adjetivo para alguien que sin duda podría citar hasta llenar varias páginas tonterías y maldades de políticos y comentaristas de izquierdas, como el alcalde que calificaba de «tonto de los cojones» a los votantes del PP o la escritora que especulaba con el favor que habían hecho los milicianos a las monjas al violarlas. Pero así la izquierda está meramente «torpe» y la socialdemocracia simplemente ha perdido «el olfato». Conmovedor.
LA DERECHA MANSURRONA
El problema de la derecha real española no es que picotee vísceras en la cueva de las ideas, sino que parece haber renunciado a entrar en ella, prefiriendo el tribalismo. Es decir: han ganado los nuestros y lo que hagan está bien. La portada de ayer de ‘La Razón‘ («Educar España») suena positivamente maoísta y evoca la visión de campos de reeducación en la mejor tradición de la ingeniería social soviética.
Y en ‘ABC‘, Gallardón: «La separación de Cataluña acabaría con la nación española». Eso está muy bien si creemos que la nación española desapareció con la separación de Portugal. Pero en realidad es sólo ese hueso sin continuidad que de vez en cuando don Alberto arroja a las sufridas bases de su partido.