Los 'nacionalismos integristas' se dan también en muchas naciones que creíamos vacunadas de esta enfermedad.
En las últimas décadas una oleada de fanatismo, intolerancia e irracionalidad se está apoderando de numerosos sectores de población en algunos países, hasta el extremo de amenazar la convivencia entre distintas comunidades y, en algunos casos, poner en peligro la paz mundial.
Se presenta embutida en un ropaje ideológico que se pretende progresista y enraizado en las más puras esencias de cada pueblo. En el fondo, son variantes de un mismo fenómeno: «nacionalismos integristas», reaccionarios y excluyentes, ya sean de índole religiosa, étnica, cultural o identitaria.
No son, como a primera vista podría pensarse, exclusivos del mundo musulmán. Se dan también en muchas otras naciones que creíamos vacunadas de esta enfermedad. Es un fenómeno que está desvirtuando la naturaleza de estas sociedades y destruyendo los valores que cimentaban la convivencia entre comunidades que antaño vivían en relativa armonía. No son movimientos espontáneos. Durante años han sido apoyados, atizados y subvencionados por partidos políticos, Gobiernos y por determinados grupos y lobbies con mezquinos intereses.
Incomprensiblemente, los sectores progresistas parecen estar contra las cuerdas, sin capacidad de reacción y en sus cuarteles de invierno, como si la crisis económica hubiera arruinado nuestras vidas y su lucidez y ganas de luchar por un mundo mejor.
Preocupante es la violenta reacción que se ha producido en algunos países musulmanes como respuesta a un ridículo vídeo y viñetas que se mofaban del Profeta. Esta absurda provocación no la justifica. Abre muchos interrogantes sobre las esperanzas que había generado la primavera árabe. Concita el temor de que los Gobiernos despóticos derrocados sean sustituidos por nacionalismos teocráticos, todavía más represivos.