La igualdad, decía Balzac, tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho. Pero ya hemos dicho a menudo que la izquierda es, fundamentalmente, una rebelión, no contra este o aquel sistema, sino contra la realidad. Lea a El Trasgo en La Gaceta.
Naturalmente, rebelarse contra la naturaleza trae consecuencias pavorosas, como estamos hartos de comprobar de 1789 a esta parte, y todo intento por conseguir esa igualación de resultados -de oportunidades es otra cosa, justa y necesaria- sólo se traduce en desigualdades más abismales y cínicas, como en el caso de los jerarcas comunistas chinos.
A veces, la obsesión llega a resultados no por ridículos menos habituales. Así, desde que tengo uso de razón oigo a los biempensantes quejarse de que, cuando mueren españoles o europeos, incluso en pequeño número, la noticia tiene mayor relevancia en prensa que cuando fallece un número mayor de, digamos, indios o chinos.
AY, LOS CLICHÉS
Como si no pasase el tiempo, Olga Rodríguez vuelve al cliché bostezante en su columna de ‘Eldiario.es‘, la publicación digital de Nacho Escolar, «El ‘Sandy’, los muertos y la política«.
Sostiene Olga: «Hay un periodismo marcado por las mismas preferencias que el modelo económico actual, en el que unos ciudadanos valen mucho más que otros. Las palabras de los que mandan son las que cuentan, las que trazan el camino y las que son escuchadas y divulgadas por esos medios de comunicación reforzadores de las estructuras».
Ah, bueno, no sé. Olga escribe en un medio de comunicación dirigido por quien, a su vez, dirigió un diario en papel, mi añorado ‘Público’, y aunque el sesgo ideológico era radicalmente de izquierdas, en cuanto a jerarquía informativa no difería tanto del resto.
«Sandy’ ha matado a decenas de personas en el Caribe simplemente porque eran pobres. Pero los medios se preocupan por los veleros de Manhattan’, escribía una internauta en Twitter», sigo leyendo a Olga. «Antes de que el huracán se cobrara la primera víctima mortal en Estados Unidos los mass media estaban ya volcados en la cobertura sobre los posibles efectos del fenómeno meteorológico en territorio estadounidense. Finalmente el ‘Sandy’ provocó más de un centenar de muertes en ese país. Cuando no se había registrado aún el primer fallecido, los grandes medios estaban ya entregados a la cobertura».
A ver cómo se lo explico a Rodríguez, a quien supongo con sus conocimientos periodísticos y eso… En primer lugar, la jerarquía de la información es la cosa más democrática que hay. Nada, absolutamente nada impide que Olga, de ser directora de un medio, eligiera titular por los muertos caribeños y dejar para un breve los efectos de ‘Sandy’ sobre Manhattan. Sencillamente, acabaría viendo que a la gente -sí, incluyendo a todos esos que se retuercen las manos en gesto tartufesco y cansino- le interesa más Nueva York.
Lo llama «macabro», pero no sé si sería más macabro medir las líneas a tanto el muerto. Hay criterios de interés que no tienen nada -o no mucho- que ver con que Nueva York sea más rico, criterios de familiaridad y relevancia para el lector e incluso, por ir al célebre «hombre que muerde a un perro», de lo inusual de ver la Gran Manzana vacía, oscura e inundada. Si no se ha hecho un medio de comunicación como pretende Olga no es por los intereses de los poderosos; es, sencillamente, porque no lo compraría (leería) nadie. No son los medios los que dan el valor de la vida humana, Olga, ni estar en portada hace que tu muerte valga más.
ARGUMENTOS SIN REFERENCIAS
Algo parecido a ‘Sandy es’, para la prensa de la izquierda, la cuestión de los desahucios. Nacho Escolar, al que no se le puede negar buen ojo para las causas más populares, vuelve al asunto en su cosa digital, «Los desahucios invisibles«.
Una de las muchas habilidades de Nacho es poner en los primeros párrafos lo que mejor pueda enardecer a sus mesnadas y dejar para el final cierta prudencia y algún sentido común. Así, Escolar pretende hacer asunto de todos, los que nos endeudamos y los que no, algo tan dependiente de la voluntad personal como es una hipoteca, pidiendo que el Estado -todos, en definitiva- le paguemos el piso a los morosos; y aunque rezonga contra las ayudas a los bancos, reconoce que es algo más que conchabeo con los ricos: «Hay argumentos poderosos para justificar el rescate a la banca: el mejor de ellos, que la alternativa es aún peor. Sin embargo, no hay cínico capaz de argumentar que un Estado que se dice democrático tenga océanos de dinero para salvar al sector financiero pero no encuentre un par de cubos para rescatar a los desahuciados».
Lo que se echa en falta en su perorata es una mínima referencia, una alusión de pasada al hecho de que estos 350.000 desahucios en cuatro años no son exactamente los daños de un huracán venido de ninguna parte, sino consecuencia de decisiones libres. Leyendo a Escolar y a muchos otros se diría que pedir prestado por encima de lo que uno puede razonablemente pagar fue poco menos que obligatorio o que los suscriptores de hipotecas firmaron el contrato sin conocer que, de no pagar, perderían la vivienda.
«La credulidad de esa gran masa que consume información cada minuto es una de las piezas clave de la crisis económica», leo en «Los creyentes«, una tribuna de Jordi Soler en El País. Sólo puedo decir: amén.