La teoría económica de Zapatero, pero al revés

Que le digan a Depardieu si bajar impuestos es de izquierdas

El País sigue con su cruzada anticatólica

Que le digan a Depardieu si bajar impuestos es de izquierdas
Gerard Depardieu y Vladimir Putin.

Ayer veíamos que la izquierda mediática había encontrado el comodín definitivo para caer siempre de pie y seguir en el machito sin necesidad de poner jamás a prueba sus recetas: proclamar que el poder es siempre de derechas -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.

Sin llegar tan lejos, sí es común presuponer que la izquierda se identifica siempre con el bien, y si algo nuevo se percibe como conveniente o necesario, así haya sido asociado a la derecha desde que cualquier ciudadano vivo tiene uso de razón.

Lo hizo, si recuerdan, el eximio ex presidente del Gobierno al decir que “bajar los impuestos es de izquierdas”. Que se lo cuenten a Depardieu o, en general, a los sufridos contribuyentes franceses bajo François Hollande. En ZP me ha hecho pensar el titular de una tribuna del portavoz de Hacienda del Grupo Socialista, Pedro Saura García, en El País, “¿Es la competitividad de izquierdas?”. La respuesta, si uno cree lo que lleva viendo y leyendo toda la vida, sería un rotundo “no”. Pero Saura ve que “hay que generar riqueza para aspirar a un futuro con un mínimo de bienestar” (¡eh, al fin se dan cuenta, caramba!) y que la competencia es lo único que puede crearla, así que pinta de rojo fenómeno tan unánimente considerado liberal (en el sentido europeo) y se queda tan ancho.

“El triunfo gracias al esfuerzo personal, a la asunción de riesgos y a las propias aptitudes es parte fundamental de la sal de la vida”, azuza Saura. “La competencia es un valor en sí mismo y el atractivo de competir y ganar es tal que no requiere de grandes premios económicos, pero sí del reconocimiento social porque ese esfuerzo nos hace mejores a todos”.

No sin Europa

Ahorrarían mucha saliva y nosotros mucha paciencia si anunciaran, sin más: “Si es bueno, es de izquierdas”. Sí, suena pueril, pero no menos que la mayor parte de sus pronunciamientos y mucho más sincero.

El desconcierto en la izquierda civilizada es palpable. Quieren a toda costa seguir con el Estado del bienestar, denuncian a los mercados, pero entienden que para mantener las prestaciones hay que acudir a ellos… Lo que nos deja en una situación más apurada. No pagar sería salir de Europa, lo último que quiere la progresía.

Escribe Ariadna Trillas en Eldiario.es, en “La Europa que queremos” : “Cada año, desatendidos los ingresos y sin una seria estrategia europea de crecimiento, la pelota de la deuda española sigue creciendo (pronto equivaldrá al 100% de la riqueza que generamos), retroalimentándose gracias a la suma de sus intereses, la de los paños calientes para más y más parados (acercándonos a los seis millones) o la del capote europeo a la banca. Todo el mundo entiende que todo el dinero que nos cuestan nuestras deudas es dinero que no podríamos estar destinando al bienestar de los ciudadanos, de lo que se desprende las bondades de unas cuentas públicas saneadas”.

Sigue así Ariadna varios párrafos que he leído varias veces sin poder determinar, acháquenlo a mi estupidez, qué Europa quieren los de Nacho Escolar, sólo que quieren una Europa: tenemos claro que sin Europa no iremos a ninguna parte. “La cuestión es si ésta es la Europa que queremos, la que da sentido y respuesta al esfuerzo de los ciudadanos”. 

Es razonable que, para especializarse en periodismo deportivo, haya que mostrar cierto amor por el deporte, y afición por el arte si se aspira a trabajar como crítico de arte.

Asimismo, para escribir sobre la Iglesia en El País hay que aborrecerla, pero desde dentro, como hace Juan José Tamayo, teólogo. Tamayo habla siempre como si el Concilio de Trento estuviera todavía en fase de preparación, y mientras todos los poderes que cuentan se dividen entre los que quieren destruir el cristianismo y quienes se contentarían con silenciarlo y dejar que se pudra solo, don Juan José fulmina contra los perseguidos. “Vuelve la alianza entre el trono y el altar, entre el conservadurismo político y el oportunismo religioso”. Quien pueda leer la primera parte de este aserto sin que le dé la risa tiene un loable autocontrol o vive debajo de una piedra. 

No así la segunda parte. De hecho, debo decir que en algo nos parecemos Tamayo y yo, a saber: ambos lamentamos la asociación en España entre catolicismo y un partido político muy concreto que empieza por P y acaba por P. Lo que parece no advertir Tamayo es que gente como él es la que ha lanzado a los católicos en brazos del Partido Popular.

Es perfectamente legítimo preguntarse cómo es posible que una fe que tanto hincapié ha hecho siempre en el peligro de las riquezas y ha ensalzado al pobre y al humilde tenga a la mayoría de sus miembros practicantes inclinados hacia el partido supuestamente neoliberal, por citar el idiota neologismo.

No lo es tanto si quien se plantea la pregunta conoce algo de historia y sabe del odio literalmente homicida que la izquierda española ha sentido siempre hacia la Iglesia. Alinearte ideológicamente con quien quiere tu desaparición física sería llevar el masoquismo al extremo.

Y si la progresía civilizada ha dejado de recomendar ahorcar al último patrón con las tripas del último cura, Tamayo tendrá que confesar que la hostilidad anticristiana sigue explícita y presente en los medios con que este curioso teólogo ha elegido asociarse.

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Autor

Marian García Álvarez

Redactora experta en televisión de Periodista Digital entre 2013 y 2016.

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