El digital de Domínguez sólo quiere servicios públicos

El Huffington Post saca su artillería contra Lasquetty por privatizar la sanidad

Uno ya no tiene que decir nada escandaloso en absoluto para provocar que la izquierda finja escandalizarse

Javier Fernández-Lasquetty, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, ha desatado la tormenta al declarar en una entrevista en la Cadena SER que la privatización de la gestión sanitaria de titularidad pública “motivará” a los médicos -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.

Uno ya no tiene que decir nada escandaloso en absoluto para provocar que la izquierda finja escandalizarse. Cualquier cosa vale, incluso lo más insulso, lo de cajón.

Lasquetty ha dicho lo que todo el mundo –a excepción de una izquierda radical que vive permanentemente en la luna de Valencia, tratando con seres que poco tienen de reales– sabe, ha dicho algo absolutamente incontrovertible, ha dicho lo que todos aplican automáticamente a la vida real en el día a día. Se pueden atacar los planes de privatización de la gestión de un servicio público desde muchos ángulos, temiendo por la universalidad del servicio, aplicando criterios de justicia o fiando de la planificación centralizada, pese a ir contra la experiencia histórica.

Pero en lo tocante a la motivación, son ganas de negar la evidencia. Debe ser que en el Bluffington, como apuestan por motivar a sus colaboradores sin pagarles, están un poco deformados en esto. Pero, ya digo, es así en todo.

Con motivo de la Pascua Militar, todo el mundo esperaba alguna referencia mínimamente polémica, no sé, alguna referencia tajante a la unidad de España, alguna advertencia a quienes se saltan olímpicamente la legalidad. No hubo nada de eso, sólo uno de los discursos más sosos y planos de los últimos años por parte del ministro Morenés.

Eso, naturalmente, no arredró a los nacionalistas, que debieron pasarse horas espigando las palabras del ministro en busca de algo que pudiera indignarles. Lo encontraron en la expresión “absurdas provocaciones”. Caramba, eso es hilar fino.

Otro tanto veíamos hace unos días con el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, que dijo cosas que hubieran sonado a verdades de Perogrullo a la progresía en pleno hace sólo unas décadas. Que un prelado diga lo que ha sido de sentido común para la humanidad entera hasta hace nada, algo que sigue siendo evidente para casi todo el planeta y que volverá a serlo cuando se nos pase la locura, debería pasar inadvertido.

Y la que se armó, sin embargo, sigue coleando. Juan Torres López, que debe saber de qué habla porque es economista, tiene en Nueva Tribuna una columna sobre el particular titulada “El obispo y el género: ¿incultura o maldad?”, aunque para mí que Torres ya se ha contestado a esa pregunta: las dos. “Unas recientes declaraciones del obispo de Córdoba sobre lo que llama ‘ideología de género’ vuelven a poner sobre la mesa las ganas de confundir y la deriva totalitaria de buena parte de la jerarquía católica, empeñada, como en viejos tiempos, en ver enemigos de Dios y de la Iglesia en donde simplemente hay diferencias sobre la naturaleza de los seres humanos que todos deberíamos contemplar con generosidad y respeto”, sostiene el teólogo aficionado Torres.

La columna es larga, lo que hace especialmente curioso que ni una sola vez cite palabras textuales de monseñor Fernández (salvo esta, que el propio Torres confirma con su artículo: “La Iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de género […] que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas”).

¿Quizá sea porque sus lectores verían de deriva totalitaria, nada, y de falta de respeto, menos? ¿Será porque cualquiera que lea al prelado verá que no dijo nada fuera de lo común? A mí, qué quieren que les diga, viendo tanto clero acomodaticio y cobarde, tanto prelado funcionarial y gris, tanta componenda y tanto silencio, me encanta que los de la otra orilla me recuerden con sus absurdas provocaciones (¡gracias, Morenés!) que la Iglesia –mi Iglesia– es el enemigo a batir.

Cuando miro veo un mundo que la ignora, que predica y aplica desde el poder exactamente lo contrario de lo que ella defiende, una ciudadanía que se aleja de ella… Mi tentación personal, en fin, es verla irrelevante. Por eso es euforizante leer, también en Nueva Tribuna, “¡Es la iglesia, estúpido!”, de Emilio Jurado. Dice Jurado: “¡Es la Iglesia, estúpido! No son los mercados ni los arrebatos autoritarios lo que el progreso debe combatir.

Ambos no son sino consecuencias resultantes y actitudes aplicadas por la estrategia eclesial en su indisimulado apetito por liderar la vida social”. ¡Vaya, qué subidón! Me ha hecho sentir como debían de sentirse los masones en el siglo XIX. Sólo por eso ya merece que acabe este texto con las gloriosas palabras de Jurado. “Lo digo desde la más profunda convicción, ¡es la iglesia, estúpido! Tan convencido que desde aquí clamo (y creo que en nombre de miles) que sólo otorgaré mi voto a la formación política que en su primer punto programático propugne la cancelación del concordato del estado español con la santa sede y se esfuerce por reintegrar al patrimonio nacional todo aquello que ha sido usurpado arteramente por un acuerdo vergonzoso para un estado formalmente laico”.

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Autor

Marian García Álvarez

Redactora experta en televisión de Periodista Digital entre 2013 y 2016.

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