Ahora que lo pienso, a Rajoy le salen más canas en la barba que en el pelo. Por Rubalcaba no pasan los años, ni por su cabeza la remota idea de cortarse la coleta, claro. Felipe siempre acaba apareciendo, como el Guadiana. Alfonso Guerra, impasible el ademán, es incombustible.
Las manos de los Puyol siguen meciendo la cuna de Cataluña. El PNV no es un partido propiamente dicho, sino puro ADN político vasco. Aznar siempre amenaza con volver, como McArtur a la Filipinas.
Y Artur Mas cuida más su línea física que su línea política, desde que ha vuelto a introducir calorías de «seny», de consenso, de constitucionalidad, en su rigurosa dieta independentista. Y le sigue saliendo melena a Pepe Bono, en un premio inmerecido para uno de los dirigentes que ha tomado más el pelo a los españoles.
Y no le sale un solo pelo de nada a Duran i Lleida, la versión catalana de Pitbull que ha colocado en las listas de éxitos el «Don´t stop the party» (que no pare la fiesta) de Unió Democrática. España parece una estremecedora e interminable versión cañí de «El día de la marmota»
Pasa la Espe con su nuevo loock «safarari» de cazatalentos, chaquetilla ajustada, discurso de borrón y cuenta nueva y exterminio masivo de su «fondo de armario» político y, oye, de verdad, es que no aparenta los años que lleva al servicio del Estado o con el Estado a su servicio, según el color del cristal con que le miren.
La Cospe, por ejemplo, nunca da la sensación de estar pasando por la historia, sino talmente por la pasarela Cibeles. Y mientras la Soraya que gobierna lucha contra la genética, kilo arriba, kilo abajo, como la «prima de riesgo» contra los elementos, la otra muchachita de Valladolid, esa otra Soraya que sueña con gobernar, lucha por ser la nueva imagen del PSOE, pero sigue pareciendo una talla descatalogada del maestro Gregorio Fernández.
La Valenciano sigue erre que erre intentando meterse en una talla menos de pantalón y en una talla más de la calle Ferraz. Aznar sigue coleccionando tabletas abdominales, como si quisiera ser abanderado olímpico en los hipotéticos Juegos de Madrid 2020 que quiere dar a luz su señora.
La propia Ana Botella ha decidido eliminar todo lo que le sobra (al margen de todo lo que le falta) y está en pleno proceso de liposucción municipal. Y, bueno, todas las mañanas, en todas las Españas, Urkullus y Feijóos, caudillitos de toda condición e ideología esparcidos por todos los rincones del Estado, le dan al senderismo, al footing, a la gimnasia, dejando en evidencia una vieja máxima satírica que no parece cumplirse en la cepa política hispana: «mens sana in córpore sano»
El síndrome de Dorian Gray que se ha instalado en la casta política española, debería herir la sensibilidad del respetable público. Da pavor vivir en un país de élites dirigentes tan ocupadas con su estética y tan pasotas con la ética. Aquí, la vida de cuarenta y pico millones de españoles está en las manos de mujeres y hombres obsesionados con guardar la línea, despreocupados por guardar las apariencias y echándole un pulso permanente de frivolidad a Carmen Lomana.
Lo que quiero decir, a ver si me entiendes, es que la democracia española, con la piel deshecha por la mentira, la corrupción y la contaminación de las cloacas, ha tenido que recurrir a la cosmética, al fotoshop en los carteles electorales y al fotocall y los/las celebritys como alternativa mediática a las ruedas de prensa de fondo de antes, ¿recuerdas?, con comprometidas preguntas y arriesgadas respuestas.
No es sólo que la mayoría de políticas y políticos se tiñan en el pelo, es que se han confabulado para teñir la democracia. En eso, ¿ves?, si hay consenso en España. No quieren que descubramos el galopante envejecimiento prematuro de las instituciones, de los partidos políticos, de las asociaciones empresariales, de las centrales sindicales, de las ilusionadas e ilusionantes ideologías que salieron hace más de tres décadas de una dictadura susurrándole a la historia, lo mismo que El Cordobés a su madre cuando se fue de casa: …o llevarás luto por mí.
Quizá los españoles, tan ocupados por las irreparables pérdidas de nuestros empleos, de nuestras casas, de nuestros poderes adquisitivos, no hayamos tenido tiempo para darnos los unos a los otros el más sentido pésame por la irreparable pérdida de nuestra democracia. Pero el mundo sin comillas (no confundir con el mundo de Pedrojota), hace tiempo que revolotea sobre nuestra carroña económica, política y social.
Los miles de retratos de Dorian Gray que cuelgan de las paredes de sedes de partidos, de despachos oficiales, de Moncloa y sus 17 sucursales, de parlamentos, de tribunales, de chiringuitos oficiales, de sindicatos, de patronales, sólo son polvo, en polvo acabarán convirtiéndose, ya verás, y quizá dejen hecho polvo, otra vez, una más, a un viejo país como el nuestro que se ha pasado la historia, golpe a golpe, verso a verso, levantándose para volver a caer.
¡Qué buenos vasallos habríamos podido ser, ¡oh, los españoles!, si alguna vez hubiésemos tenido buenos señores…!