La clase política, mejor dicho, el cuerpo político de algunos países de nuestro entorno europeo (democracias clásicas) y de la mayoría del ámbito sudamericano, en manifiesta y mutua connivencia consentida de intereses de cuerpo, ha horadado la política misma, transgrediendo mortalmente la bona fides, la buena fe, de una ciudadanía que aunque ciertamente adormilada clama en el silencio diciendo como Cicerón ante el senado en el primero de los discursos de las Catilinarias «Quousque tándem, Catilina, abutere patientia nostra?» » ¿Hasta cuándo abusaras de nuestra paciencia, Catilina?»
¿Qué hemos hecho como ciudadanos para llegar al punto de que muchos de los líderes políticos nos roben el futuro? ¿Qué tenemos que hacer con los políticos ladrones y corruptos?
Hace ya varios decenios, en la Conferencia de Wannsee, liderada por Reinhard Heydrich y que tuvo lugar en Gross Wannsee (Berlín) el 20 de enero de 1942, un grupo de funcionarios del gobierno nazi alemán y jerarcas de las SS fijaron la coordinación de las diversas autoridades para el exterminio en masa del judaísmo europeo, «la solución final de la cuestión judía» (‘’Endlösung der Judenfrage»).
Se preveía literalmente registrar a fondo toda Europa, partiendo desde el oeste hacia el este y desde el norte hacia el sur, para deportar a todas las personas de ascendencia judía a los campos de exterminio.
¿Será esta la solución, hablando simbólicamente, al problema político de muchos países?
Los revolucionarios franceses, en 1789, convulsionaron Francia, pero la revolución marcó el final definitivo del absolutismo y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se convirtieron en la fuerza política dominante en el país. La revolución socavó las bases del mismo sistema monárquico.
Antaño, estaba España en plena Guerra Civil. Era el 1 de octubre de 1936. Los componentes de la Junta de Defensa Nacional deciden encomendar la Jefatura del Estado al general don Francisco Franco Bahamonde.
En el acto, celebrado en Burgos, el general declara ante los presentes: «Ponéis a España en mis manos. No me temblará el pulso hasta llevar a España a la victoria total y levantar una gran nación.»
El 19 de enero de 2013, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, en estado puro, sentenció: «Si alguna vez tengo conocimiento de irregularidades o conductas impropias no me temblará la mano. Es una de mis responsabilidades y no menor».
La inmoralidad de no tener pulso para efectuar una regeneración de la vida nacional costará muy cara al cuerpo político.
Es hora pues de abandonar el silencio de unos ciudadanos que sueñan sin dormir, que se ajustan al dictado de lo que les ordenan, es momento de plantearnos seriamente el final de una época.
No es hora de la batalla política sino de la política como ciencia social donde nuestros legítimos representantes sean profesionales de la política y no ladrones a secas.
Si como decía Aristóteles el ser humano no deja de ser un animal político, la presunción de decencia a la clase política se ha desvanecido de la misma forma que ya no sirven las taimadas promesas que se hacen como un canto al sol o la creación de estériles comisiones de investigación, pues es de todos conocido que si quieres que nada se averigüe…crea una comisión.
Las masas pueden no tener memoria, pero al menos siguen teniendo credibilidad y cierta esperanza de un mundo mejor.
Una cosa está meridianamente clara: el dinero que gastan los políticos no sale, ni un euro, de sus bolsillos.
¿De dónde sale el dinero de los sobresueldos, el mantenimiento de los partidos, la celebración de los actos políticos, los viajes, las casas y los coches de muchos de ellos, los suntuosos vestidos de las políticas consortes…?
Una huida hacia delante de los que gobiernan y de los que están en la oposición conlleva admitir y consentir que el robo, el hurto y la corrupción sean los únicos pilares de la política.
En fin, recordando a John Kennedy, tenemos que decirles ya a los políticos «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tú país»
Ha llegado la hora de la solución final, pues no estamos al borde del precipicio, nos hemos caído ya.