Los populares, que tienen la sartén del Gobierno por el mango, no deberían seguir tragando y poniendo la otra mejilla
La nota aparece este 24 de febrero de 2013 en Elsemanaldigital, diario online que dirige su autor.
Y dadas las fuentes de Antonio Martín Beaumont, cuyo conocimiento de lo que ocurre en la sede popular de la madrileña calle Génova y en los entresijos del PP está por encima del de cualquier otro periodista capitalino, hay algunos que no deberían echar en saco roto las reflexiones que hace y algunos de sus consejos.
No compartimos en Periodista Digital varias de sus tesis y de forma singular la que corre por Génova 13, según la cual la UDEF esta controlada por «un grupúsculo de supervivientes de los Rubalcaba`s boys que utiliza la tinta como dinamita«, porque la Policía es profesional, está mucho más a la derecha que a la izquierda y hace simplemente su trabajo, pero merece la pena leer el artículo de Martín Beaumont y sacar conclusiones: «El PP, grogui de tanto poner la otra mejilla: o despierta o acabará KO».
Menospreciando al votante de centro derecha, la izquierda nos ha vendido hasta la saciedad que mientras a ella su electorado sí le pasa factura por los casos de corrupción al PP el suyo no.
El manido argumento es tan falso como un euro de cartón. No tienen más que volver la vista hacia Andalucía: 1.400 millones de euros hurtados de los fondos destinados a pagar a los parados y ahí tienen a José Antonio Griñán y su camarilla disfrutando de la dolce vita en el Palacio de San Telmo.
El Real Instituto Elcano publicó el viernes 22 de febrero de 2013 un barómetro que refleja hasta qué punto la sociedad española considera la corrupción el pan nuestro de cada día.
De hecho, en una escala del 1 al 10 el corruptómetro situaba a España en el 8,3. Tan mal concepto tenemos de nosotros mismos que creemos que Italia, Grecia y hasta Marruecos son más legales.
Todo esto me lleva a reafirmarme en una teoría que mantengo desde hace tiempo: los españoles no castigan la corrupción en sí porque ésta se ha mimetizado con la sociedad -a pequeña y gran escala- y porque en todas partes cuecen habas. Lo que castigan es la falta de reacción de los políticos cuando en el cesto aparece una manzana podrida.
El PP no es un partido corrupto, ni jamás ha sido condenado por financiación ilegal, como le recordó Mariano Rajoy a Alfredo Pérez Rubalcaba durante el Debate sobre el estado de la Nación.
Pero no basta con que sus responsables se desgañiten diciéndolo, porque la palabra de un político está bajo mínimos de credibilidad.
Obras son amores, y ahí el PP está cometiendo serios fallos que, esos sí, pueden conducirle al purgatorio de la oposición.
Para empezar no se entiende que, casi un mes después de que se desatara el tsunami Bárcenas, el partido que sustenta al Gobierno no haya emprendido las acciones legales que dijo que emprendería.
El argumento de que no quieren precipitarse para no volver a cometer errores del pasado (como les ocurrió con José Bono por llevar a los tribunales como única prueba de su sospechoso enriquecimiento una retahíla de recortes de periódico) valía para los primeros días, semanas quizá, pero ya no.
La falta de una respuesta judicial rápida y contundente está dando la imagen de un PP acobardado y encogido donde en vez de invocar el espíritu de Fuenteovejuna cada uno va por libre (véanse las demandas civiles presentadas por José María Aznar y María Dolores de Cospedal, por ejemplo).
¿Qué pensará la militancia?
Tampoco se entiende a qué está jugando el PP con Bárcenas ni por qué tantos miramientos hacia su bestia negra si es verdad que el partido no tiene nada que ocultar ni temer.
Los populares se llenaron la boca hablando de que su extesorero –«esta persona«, como se refiere a él el presidente- hace años que fue borrado de su mapa. Y después conocemos con cuentagotas que ha campado a sus anchas por la sede hasta hace días, que volvió a trabajar para la formación después de su destitución como tesorero y que el partido le dio de baja en la Seguridad Social el pasado 31 de enero.
Entre medias todo lo que ha habido es un guirigay de declaraciones contradictorias y de comunicados a rebufo.
¿Tan difícil era aclarar desde un principio la relación de Bárcenas con el PP punto por punto?
Con cosas así Rajoy y los suyos se lo ponen muy difícil a quienes quieren creerles. Por no hablar del affair Sepúlveda, despedido una semana después de haber sido ratificado en su puesto invocando -como lo hizo Carlos Floriano- el Estatuto de los Trabajadores.
Claro que eso no es lo más grave, sino pensar que de no haberse sabido por la prensa que seguía trabajando para el PP es muy probable que a día de hoy siguiera.
Y no se entiende, por último, que los populares vivan atemorizados por la UDEF y sus caprichosos informes.
El partido al que respalda la mayoría absoluta más contundente de la democracia, el mismo que tiene en sus manos un poder territorial inmenso, no debería dejarse marcar la agenda ni amedrentar por un grupúsculo de supervivientes de los Rubalcaba`s boys que utiliza la tinta como dinamita.
¿O acaso es casualidad que después de que Rajoy saliera triunfal del Debate sobre el estado de la Nación se filtrara un informe policial con una interpretación torticera de un acta notarial? En política, casualidades las justas.
Vaya por delante que soy el primero que defiende la independencia con la que deben poder trabajar los jueces, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y hasta los fiscales si me apuran.
Pero el Caso Gürtel, reducido ahora al Caso Bárcenas, ha demostrado en todos estos años de andadura que hay en la Judicatura y en la Policía pseudoprofesionales que actúan con manifiesta animadversión hacia el PP.
Y los populares, que tienen la sartén del Gobierno por el mango, no deberían seguir tragando y poniendo la otra mejilla. ¿O creen que el PSOE lo haría?