En La Moncloa y en Génova 13 comienzan a darse cuenta de que el huracán Bárcenas aún durará mucho
¿Se puede estar harto de estar harto? Pues ése es el estado de ánimo de los soldados de a pie del Partido Popular.
Entrar en Génova 13 estos días es encontrarte la cara de la desolación, del desconcierto, de las dudas. Muy duro titubear sobre compañeros de muchos años, jefes respetados, líderes admirados.
Luis Bárcenas ha conseguido introducir en el cuartel general de los populares, donde durante tantos años señoreó, el mal de la desconfianza.
Ahora mismo no hay secretaria que no mire con prevención a su jefe, ni asesor dispuesto a poner la mano en el fuego por los políticos del partido, ni empleado genovés que no maldiga las veces que le han dicho «no hay dinero para actualizar tu salario» cuando se topa con «dádivas» millonarias y raras «donaciones» –pero reveladoras– a una pléyade de personajes chirriantes como Pedro Arriola.
Nadie duda ya de que tras tanto tiempo de aparente normalidad una trama corrupta se ha movido como Pedro por su casa por la sede nacional del PP.
Ahora faltaría saber los nombres que deben acompañar al «presunto delincuente» ex tesorero por cometer actos reprobables aprovechándose del partido.
«Yo he tenido bastantes fuegos amigos«, ha solido comentar Mariano Rajoy. Pero, probablemente, ninguno como éste de Bárcenas.
Porque su ruido mediático es muy potente, tanto que ha desarbolado al Gobierno, a su partido y hasta gente de mucha cercanía personal.
Cómo será el código rojo que, a pesar de que inicialmente el presidente se cerró en banda a comparecer en el Congreso para no hacerle el juego a Bárcenas ni a la oposición, el clamor para que dé explicaciones le ha hecho recular.
Comparecerá, eso seguro, pero falta por definir la fecha y el formato. De ello se están encargando Soraya Sáenz de Santamaría, Alfonso Alonso y los secretarios de Estado de Comunicación y de Relaciones con las Cortes, Carmen Martínez Castro y José Luis Ayllón.
No es fácil la cuadratura del círculo, que conoceremos el miércoles en la Diputación Permanente de la Cámara Baja. Rajoy no quiere dar la imagen de un presidente que acude al Parlamento a rastras y espoleado por una amenaza de moción de censura, porque no se corresponde con la realidad.
Ocurre que a sus oídos ha llegado que el ex tesorero va presumiendo de tener reservada una gran traca, y lo que el presidente no quiere es comparecer y al día siguiente encontrarse con otro regalito en El Mundo.
Y entonces qué, ¿vuelta a empezar?, ¿vuelta a solicitar otra comparecencia? No obstante, a pesar de ese motivo oculto, al final no le quedará otra que asumir el riesgo.
Porque Rajoy no es ajeno a los movimientos de Bárcenas. Del mismo modo también sabía desde hacía tiempo que el ex tesorero iba enseñando sus SMS guardados durante años a diferentes periodistas, entre ellos a Carlos Herrera.
Aunque aun así no le resultó fácil reconocer la autoría.
«Debió ser muy sonrojante para el presidente», indican fuentes del edificio madrileño de la gaviota cada día más colorada de vergüenza.
Sus «Yo siempre estaré ahí», ese «sé fuerte», sus «ánimo«, etc., publicados negros sobre blanco por Pedrojota Ramírez fueron un duro golpe para quien evidentemente mantuvo una estrecha relación con el matrimonio Bárcenas-Iglesias.
No obstante Rajoy de momento ha podido salvar la ética, pero la estética chirría.
La situación es tan embarazosa y en el seno del PP algunos andan tan descolocados que han empezado a barajar la organización de un acto, sin grandes alharacas, que sirva de cierre de filas en torno al presidente del Gobierno.
En fin… De puertas adentro del partido se cree cada vez más necesario la escenificación de un respaldo público a Rajoy, máxime cuando nadie duda de que, pese a su estado de ánimo tan proclive a la resistencia, va a tener que seguir sufriendo el calvario judicial y mediático del huracán Bárcenas por mucho tiempo todavía.
Pero, sobre todo, lo más delicado será seguir enfrentándose a las miradas silenciosas, aunque desconfiadas, también cabreadas, de gente con la que ha compartido siglas políticas y despacho durante años.
Personas que conoce bien y que nunca han recibido un bolso Louis Vuitton de regalo y entre las que se empieza a abrir paso -a modo de rebelión silenciosa- el lema:
«No todos somos iguales».