Nos llenamos y se llenan la boca hablando de transparencia y de una democracia con el techo de cristal

El hijo de Alicia, la novia del ministro y el «Affaire Rubalcaba»

Pero, ¿qué pasa cuando la vida privada de un personaje público afecta a la laboral?

El hijo de Alicia, la novia del ministro y el "Affaire Rubalcaba"
Alicia Sánchez-Camacho y Manuel Pimentel. MH

En este país nos rasgamos las vestiduras con demasiada facilidad. Como lo hicimos el viernes cuando El Mundo llevó a su portada la identidad del padre del hijo de Alicia Sánchez-Camacho, el exministro Manuel Pimentel.

No me cabe duda de que muchos de los que se apresuraron a poner el grito en el cielo por la intromisión del diario en la vida privada de la presidenta del PPC se dieron más prisa aún en devorar el cotilleo. Ya saben, esto es como esos programas del corazón que nadie reconoce ver y luego revientan los audímetros.

El destape de Sánchez Camacho, que contó con la bendición de la propia política catalana, ha devuelto a la actualidad un debate que únicamente está superado en lo que respecta al jefe del Estado -Corinna mediante-, pero no para el resto de instituciones:

¿Tiene derecho la sociedad a conocer los aspectos más importantes de la vida privada de los personajes públicos, que irremediablemente afectan a la esfera laboral?

En El Semanal Digital vivimos una situación así hace unas semanas, cuando publicamos que la relación amorosa entre José Ignacio Wert y su número dos, la secretaria de Estado de Educación, se había vuelto tan incómoda para el resto del equipo que la directora de comunicación del Ministerio había decidido dimitir.

Entonces hubo quien nos acusó de chismosos. Algunos se obnubilaron tanto con los árboles que no vieron el bosque.

¿O es que acaso pertenece a la intimidad de un ministro que un cargo de confianza se marche para no aguantar las relaciones de dos miembros del Gobierno?

Díganme ustedes si los españoles no tienen derecho a saber si el nombramiento de la secretaria de Estado de Turismo tuvo algo que ver con que fuera la novia (ahora mujer) de Vicente Martínez Pujalte.

Que, por cierto, se quedó con cara de póquer cuando en un palco del Real Madrid José María Aznar le preguntó en cierta ocasión qué méritos había hecho su doña para ostentar tal cargo.

Díganme si afecta o no a la forma de pensar del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, que su esposa sea la diputada del PSC Maritxell Batet; o que no es de interés que con la que está cayendo en Cataluña, en plena ofensiva secesionista de Artur Mas, un joven diputado canario del PP, Guillermo Mariscal, se ennovie con una concejal y senadora de CiU por Gerona, Coralí Cunyat, bien conocida por sus ideas independentistas.

Nos llenamos y se llenan la boca hablando de transparencia, de una democracia con el techo de cristal, y luego tuvimos más de siete años en La Moncloa a un presidente que ordenó destruir unas fotos que Efe tomó de sus hijas después de llevárselas de viaje oficial a Nueva York para que conocieran a Barack Obama. ¡Ni el tercer misterio de Fátima!

No es ser cotilla pretender conocer cada uno de los movimientos de Elvira Fernández en Panamá teniendo en cuenta que ésta ha acompañado a Mariano Rajoy a la Cumbre Iberoamericana con una agenda propia. Tampoco lo es, o eso al menos creo yo, saber si sus hijos estudian en un colegio público o privado, religioso o no.

Y sí, la ciudadanía tiene derecho a saber que Alfredo Pérez Rubalcaba critica la gestión privada de los hospitales públicos y luego se trata en la Unidad de Cardiología de la madrileña Fundación Jiménez Díaz, en la que incluso fue operado. O que Jaime Lissavetzky ha apoyado su carrera política en su amistad fraternal con Rubalcaba desde sus tiempos de universidad.

Después de lo de Sánchez Camacho, Rajoy se permitió el viernes dar un consejo a la prensa española: «Los medios de comunicación son depositarios de derechos como la libertad de expresión y de información. Debe hacerse con un uso responsable». Y yo le respondo: ya lo hacemos, señor presidente. Es más, si de algo pecamos es de prudentes.

Si no lo cree se lo puede preguntar al exgobernador de Nueva York Eliot Spitzer, que dimitió después de que la prensa destapara que había contratado los servicios de una prostituta; o al exprimer ministro de Irlanda del Norte Peter Robinson, que en abril abandonó el cargo después de que salieran a la palestra las infidelidades de su mujer.

 

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Antonio Martín Beaumont

Antonio Martín Beaumont, politólogo y periodista, es el actual director de ESDiario.com.

Lo más leído