Un siglo del mal

Comunismo implica matanza… aunque lo diga Hermann Tertsch

Hermann Tertsch ha sido noticia por su crítica a Pablo Iglesias y Podemos, y la verdad es que tiene su razón

Como si hubiese pocas noticias en el verano de 2014, el periodista Hermann Tertsch ha llenado unas cuantas portadas con sus declaraciones interpretadas, a menudo con escándalo, como algo similar a que «dice que Podemos asesinará a gente si llega al poder».

Lo que dijo al empezar agosto, literalmente y en los medios públicos de Madrid, fue que «si vuelven las condiciones que ellos consideran necesarias para matar a gente, matarían a gente.

Y matarán a gente, si tienen posibilidad de matar a gente y matarla gratis, porque están en el poder o porque están cerca del poder o porque el poder les protege.

Matarán a gente también por cuestiones políticas, ellos. No me cabe la menor duda». Esto referido a Pablo Iglesias, a su escudero Monedero y a Podemos como organización.

Tampoco hay que dramatizar tanto. Hermann Tertsch del Valle-Lersundi sabe bastante bien de lo que habla, porque empezó su vida pública en un sitio taaan democrático como el Partido Comunista de Euskadi y la continuó como comunicador al servicio de alguien tan comedido y no escorado a babor como don Jesús de Polanco, su imparcial grupo Prisa y el venerable El País de Cebrián (hijo).

Sabe en suma que la izquierda no es, en ningún sentido, la libertad (aunque tampoco lo sea la derechita centrada), y que el comunismo ha sido, siempre que ha gobernado, la muerte para miles, millones o decenas de millones.

Así que, aunque Tertsch pueda parecer exagerado, su razonamiento de fondo es difícil de contestar: si Pablo Iglesias es marxista de formación, de amistades y de programa como lo fueron Lenin, Trotski, Stalin, Mao, Castro y Pol Pot es lógico pensar que una de sus opciones en el poder es hacer lo que ellos hicieron, es decir masacrar a quien quisieron. Lo cual es un hecho histórico por mucho que moleste.

Casi a la vez, el Tribunal Internacional de Camboya -aplicando la ley nacional vigente- ha condenado a cadena perpetua por «crímenes contra la humanidad» a los dos líderes vivos del régimen totalitario marxista de los Khemeres Rojos (1975-1979), con 1,7 millones de muertos directos demostrados en su haber, más otras víctimas, más los que sufrieron la guerra civil.

Ellos fueron líderes de aquel Estado, modélico para una parte de la izquierda, y del Partido Comunista de Kampuchea dirigido por Pol Pot. No importa tanto el destino de los ancianos criminales comunistas Nuon Chea y Khieu Samphan como el principio de fondo.

Allí no sólo hubo un genocidio, sobre el que no hay ninguna duda ni matiz, sino que además en cada régimen comunista ha habido siempre, con diferentes modulaciones, una matanza inaugural y una sucesión ininterrumpida de dolor predicando la felicidad en la Tierra.

¿Fue inevitable? Pol Pot llegó al poder prometiendo un futuro feliz construyendo el socialismo, un camino opuesto al régimen proamericano y también a las ambigüedades de su cobarde aliado el rey, Sihanuk.

Deportaciones masivas, masacres masivas, campos de exterminio y para los afortunados, trabajos forzados. Vamos, lo que promete el Califato en Irak y ha forzado (allí sí pero en otros sitios no) a Obama a intervenir.

Eso sí, con un futuro de paz, prosperidad e igualdad y muchas palabras que la izquierda sigue usando sin pudor y los incautos escuchando sin temor.

Pero esto no es un asunto de buenos y malos. Que Pol Pot hiciese eso y que Pablo Iglesias sea un enamorado de ese mismo socialismo no convierte las actuales ideas de Hermann Tertsch en la única alternativa posible o menos mala (que es un poco la estrategia de comunicación, equivocada, de una parte del PP).

Como polémicamente ha dicho no hace mucho el imprudente Juan Manuel de Prada «todavía hay quienes siguen agitando grotescamente el espantajo del comunismo (que en estos momentos luce coleta y es guapito de cara), anunciándonos que viene a abolir la religión, destruir la familia y arrebatar la propiedad…

Pero lo cierto es que el comunismo no podrá hacernos estas fechorías, por la sencilla razón de que ya nos las hizo el capitalismo: ha sido, en efecto, el capitalismo el que vació las iglesias y llenó los centros comerciales; ha sido el capitalismo el que mandó a los viejos a residencias para que no dieran la murga en casa».

Y ahí está la clave de la cosa: comunismo y capitalismo no pueden ser las dos únicas y monolíticas opciones, adobadas como se quiera, después de un siglo que llevamos gozando de todas sus maravillas. Mientras tanto, esperaremos a los sildavos.

 

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