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El aborto deja malherida la carrera de quien se creyó intocable

Es uno de los miembros del Gobierno más encantado de haberse conocido. La ambición del titular de Justicia ha sumergido a su propio partido en el sobresalto

El aborto deja malherida la carrera de quien se creyó intocable
Gallardón EP

En la Cámara Alta, en la tarde del pasado martes, evitó a los periodistas tras haberlos puesto él mismo sobre aviso. Por la Cámara Baja, horas más tarde, Alberto Ruiz-Gallardón ni apareció. Escena, real como la vida misma, en la jornada del paso atrás de Ana Botella.

En el Senado, a la llegada a la sesión de control, el ministro de Justicia restó importancia ante la prensa a su intervención. «La noticia va a producirse en otro sitio», advirtió antes de dejar caer un «parece que Ana (Botella) se va». Para cuando aconteció la espantada de la alcaldesa de Madrid, Ruiz-Gallardón se cuidó de toparse de nuevo con los informadores y abandonó raudo y veloz el lugar tras su intervención en el Pleno. Tampoco se dejó ver esa tarde por el Congreso, algo poco usual en él, pues tiene a gala acudir a todas y cada una de las votaciones.

Alberto Ruiz-Gallardón dejó traslucir su nulo entusiasmo por hablar con los medios y quizá, en el fondo, esperaba no tener que hacerlo. No le quedó otra que hacerlo veinticuatro horas después, esta vez sí, en los pasillos del Congreso. Los piropos circularon sin recato y destacó «la lealtad» y «la eficacia» de Ana Botella y su «formidable esfuerzo» al frente de la alcaldía. Las buenas palabras eran el recurso natural de quien dejó el bastón de mando en manos de Botella. Tras tres años, hay aún concejales del PP que siguen sin perdonar a Ruiz-Gallardón tal osadía.

Sin dinero para gastar en nuevas obras faraónicas, Alberto Ruiz-Gallardón se empeñó en cumplir con sus expectativas de dar el salto definitivo a la política nacional. Apenas unos meses después de celebrarse las elecciones autonómicas y municipales, y lograr colarse en la lista para ser diputado, cogió el portante y metía la cabeza en el Gobierno de Mariano Rajoy. Y es que, lo que por delante de la mujer de José María Aznar son por parte de propios gestos de solidaridad, por detrás se convierten en dagas. Nadie a estas alturas de la película duda del terrible error que supuso dar rienda suelta a la desbocada ambición de Ruiz-Gallardón.

¡Bingo!, debió de pensar Ruiz-Gallardón cuando Rajoy lo llamó a su lado como miembro de su Gabinete. Con el paso de los años, ha podido apreciar con nitidez su drama. Lo reconocen en todos los centros de poder. El ministro se ve atrapado por su peculiar forma de hacer política y los sucesivos aplazamientos dados a asuntos importantes, entre otros la truncada reforma de la ley del aborto (debió consensuar el anteproyecto con el PP para evitar la imagen de falta de coordinación interna), lo consumen tirado en la cuneta del caserón de San Bernardo.

Los constantes maremotos han ahogado a Alberto Ruiz-Gallardón bajo una interminable lista de instancias y plataformas políticas y judiciales opuestas a sus planes. Con el suelo moviéndose bajo sus pies y sin pintar casi nada en el Partido Popular, ¿cómo va a cuadrar el círculo que le permita usar el departamento como trampolín de futuro? Quien lo sepa que levante la mano.

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