A José Luis Rodríguez Zapatero le desbarataron una crisis de Gobierno mientras se encontraba de viaje en Estambul y a Mariano Rajoy le montó una su ministro de Justicia cuando estaba a punto de embarcar en un avión rumbo a China.
Airado y humillado, en un ataque de rabia Alberto Ruiz Gallardón dio este martes un portazo al Gobierno y al Partido Popular en un momento sumamente delicado. Pendientes como lo están los populares de que Artur Mas publique la Ley de Consultas para poder recurrirla ante el Tribunal Constitucional. Un proceso que, en teoría, debe pilotar el ministro de Justicia.
Los hechos se precipitaron en las últimas horas después de meses de indefinición de Rajoy, de dejar gangrenar un proyecto que debió cortar por lo sano cuando vio la herida que había abierto en el Gobierno y en el PP. Porque el principal y mayor responsable de haber dejado a Gallardón nadar a contracorriente para acabar muriendo en la orilla es el presidente. Indiscutiblemente.
Se suponía que éste iba a aprovechar su discurso en la clausura del VIII Foro Mundial de la Comunicación para enviar algún mensaje en clave catalana. Así estaba decidido. Pero el lunes por la tarde, tras hablar con el titular de Justicia (en los días previos había habido más conversaciones), el guión cambió.
Rajoy, que sabe enterrar muy bien, al menos puso el puente de plata a Gallardón al comunicar él mismo que renunciaba a la reforma de la ley del aborto. Poco después, vía SMS y whatsapp, empezó a circular por algunos mentideros de la Judicatura el rumor que de el ministro iba a dimitir ipso facto.
Y lo hizo rodeado de su equipo, como queriendo disimular su soledad. Después se hizo el silencio. Silencio en el partido, en el Grupo Parlamentario Popular en el Congreso y en el Gobierno.
Un silencio ensordecedor que duró horas, con todos los focos sobre Gallardón. Y cuando parecía que Rajoy se iba a marchar a China con la sede de Justicia vacante, La Moncloa anunció que el sustituto sería el secretario de Estado de Infraestructuras de Ana Pastor, Rafael Catalá Polo, de marcado perfil técnico. Como lo fue en su día la elegida para ocupar el hueco de Miguel Arias Cañete.
Un dato a tener en cuenta: un presidente al uso habría comparecido públicamente para cerrar la minicrisis de Gobierno ante las cámaras. Pero Rajoy, enfadado con las formas de Gallardón, solventó con un comunicado el segundo cambio en su Consejo de Ministros en casi tres años.
Soraya Sáenz de Santamaría quería para el puesto al subsecretario de la Presidencia, Jaime Pérez Renovales, uno de los hombres de su máxima confianza en La Moncloa. Pero no todas las partidas puede ganar la vicepresidenta. Ella no llorará precisamente la marcha de Gallardón, en quien hace tiempo que perdió la confianza.
A decir verdad, ni ella ni otros muchos populares, desconcertados aún con lo mucho que llegó a obsesionarse el ministro con la reforma de la ley del aborto. Él siempre respondía en privado lo mismo, que no buscaran tres pies al gato, que era un encargo del presidente y que cumplía órdenes.
Sólo él y Rajoy saben hasta dónde llegaron las directrices del presidente. Lo que está claro es que ambos han actuado con temeridad. Rajoy por no esperar a que el Tribunal Constitucional se pronunciara sobre el recurso contra la ley Aído que el PP tenía presentado antes de dar cualquier otro paso.
Gallardón por arrogarse la defensa de un sentir mayoritario que no era tal. Ni en la sociedad ni tampoco en su partido. Y por hacer una vía de agua gigante al barco antes de abandonarlo, oliéndose que se irá a pique.
Pagarán los platos rotos las siglas del PP, porque al final la que ha calado es la interpretación más simple y simplista: que el partido de Rajoy renuncia a sus principios para no perder votos en el centro.
