Ahora bien, dicho esto, no se entiende cómo es posible que un día después de soltar la lágrima anunciando que deja la política para convertirse en un militante de base, esté estupendamente colocado en uno de los muchos Consejos Consultivos que tenemos a lo largo y ancho del país con un sueldo vitalicio que supera al del presidente del Gobierno. Lo menos que podía haber hecho, aunque sólo fuera para disimular, es esperar un poquito, mimetizarse con la masa ciudadana durante una temporada y allá por enero si acaso, deslizarse como quien no quiere la cosa en ese club privilegiado. Nadie se hubiera dado cuenta porque la existencia de este tipo de organismos de dudosa utilidad sigue siendo un agujero negro en el conocimiento colectivo.
Con esta decisión, que supongo que tendría meditada, estudiada, prevista y calculada (con calculadora) cuando tiró la toalla noqueado por los suyos, el ex alcalde, ex presidente, ex secretario general de su partido y ex notario mayor del reino le ha hecho un flaquísimo favor a su partido y a sus ya colegas del susodicho Consejo que vivían tan panchos sin que nadie les sacara en cantares por la sencilla razón de que ni el tendero de la esquina, ni el autónomo asfixiado, ni el parado de larga duración, ni el pensionista de cinturón prieto sabía de su existencia.
Ahora sí. Ahora todos nos hemos enterado de que hay un cálido rinconcillo en el que a los ex que no están dispuestos a pasar frío se les arropa con unos miles de euritos, y las miradas se vuelven directamente hacia Montoro y su «adelgazamiento» de la Administración Pública que después de esto, suena a rechifla. Contento tiene que estar el ministro con su ex colega de Gabinete.
Dicen algunos, que las críticas constantes del PP a Podemos le dan votos al tándem Iglesias/Monedero. No es cierto. Lo que le da votos a un partido que como única fusilería cuenta con el descontento del personal hacia la clase política son cosas como esta. Claro que eso a Gallardón, verso asonante hasta el final, seguramente le importa un pimiento. Al fin y al cabo, él ya ha dejado de ser «casta» para convertirse, simplemente, en el ganador de un sueldo para toda la vida gracias a un «sillón nescafé»
