En este país da la impresión de que las personas más preparadas y con más responsabilidad son las más ignorantes, las más ingenuas o las más cándidas.
La Infanta Cristina no se enteraba de las actividades de su marido, Iñaki Urdangarín; Rajoy no sabía nada de las andanzas de su tesorero, Luis Bárcenas; Chaves y Griñán desconocían los millonarios tejemanejes de los ERE en su administración; Cándido Méndez ignoraba las barrabasadas que hacía su sindicato en Andalucía con los cursos de formación a parados.
Ana Mato no se enteraba de que su marido se había comprado un Jaguar; el Gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, no tenía ni idea de la situación financiera de las Cajas; Zapatero nunca supo que venía la crisis.
Rubalcaba se enteró por la prensa del chivatazo del bar Faisán; los principales periodistas catalanes no tenían ni idea de las tropelías de los Pujol; Felipe González jamás tuvo conocimiento ni de las actividades del GAL ni de los desmanes de Roldán, ni de nada… Ah, y Pablo Iglesias no sabe que en Cuba y Venezuela se violan los derechos humanos de forma sistemática.
Y ahora hemos conocido la gota que colma el vaso: los consejeros de Caja Madrid que gastaron 15 millones de euros en darle gusto al cuerpo (comidas, viajes, vestuario…) con tarjetas de crédito no declaradas, aseguran que nadie les advirtió de que aquello era ilegal.
No sabemos quién exactamente esperaban que les avisara de algo así, más aún cuando eran ellos, como máximos responsables de la Caja, los que debían velar porque todas las actuaciones de la entidad se ajustaran a la ley.
Es como si un policía corrupto dice que no se le avisó de que trapichear con droga es un delito. En este caso concreto tanto Miguel Blesa como Rodrigo Rato, presidentes de Caja Madrid y Bankia de forma sucesiva, tienen a mi juicio una especial responsabilidad ya que no sólo tuvieron forzosamente que consentir y/o idear este irregular sistema, sino que se beneficiaron de él sin pudor.
Llama la atención que todos y cada uno de los 86 Consejeros del listado remitido por Bankia a la Fiscalía pasaron por el aro, aceptaron gustosos la tarjeta y la usaron sin el más mínimo escrúpulo. Nadie, que se sepa, se planteó si moralmente y legalmente era aceptable ese procedimiento que escondía al fisco y a la sociedad unas retribuciones opacas de 20, 40 y hasta 60.000 euros al año.
No hubo cargo de conciencia; sólo cargos a la VISA sin conciencia de estar haciendo nada malo, dicen con la cara como el cemento. Eran sus gastos de representación, se defienden. Seguro que vamos a ir conociendo en los próximos días los detalles de esos gastos de representación. Me juego una mano a que habrá pagos totalmente supérfluos, caprichos exóticos y hasta actividades de dudosa catadura moral. Ya lo iremos viendo. Promete ser muy jugoso.
Y, por supuesto, hay que dejar claro que devolver el dinero supone ante todo un reconocimiento implícito de que se utilizaron fondos de manera indebida. También puede ser un atenuante, claro está, pero nunca una eximente. No sirve con decir, «vale me equivoqué, tenga usted la pasta y aquí paz y después gloria». De eso nada. Me huelo además que el arrepentimiento de Rato no es excesivamente voluntario sino fruto del conocimiento previo de que los hechos acabarían en la Audiencia Nacional.
Ya está bien de tanta tomadura de pelo al españolito de a pie que cada mañana se levanta para ir a trabajar y ganarse honrada y dificultosamente la vida. Ese español, qué cosas, sí sabe que tiene que pagar a Hacienda, que debe hacer frente cada mes a la letra de su hipoteca e incluso al recibo de su tarjeta de crédito.