Es difícil, prácticamente imposible, ejercer un liderazgo si la mayoría de la ciudadanía no te cree. Por eso, Ana Mato fue incapaz de tomar los mandos y poner orden en el desaguisado de la alerta sanitaria más importante en el país. Y le reventó las tripas al Gobierno, hasta el punto de obligar a Mariano Rajoy a aparcar a la ministra en un segundo plano al cabo de cinco días.
Con la crisis del ébola sus propios compañeros han levantado el dedo señalando a la titular de Sanidad. Nadie en el Gobierno la ha respaldado en privado, algunos relatan incluso maldades sobre ella, en público Rajoy la ha apoyado a su manera y los demás han preferido quitarse de en medio. Y, aunque su actuación fuera a todas luces discutible, en realidad, Mato ha servido para poner de manifiesto los clásicos problemas del Gabinete: Falta de coordinación y ausencia de política de comunicación. Dos carencias apuntadas con ahínco desde el PP a lo largo y ancho de la Legislatura.
Por añadidura, las desavenencias iniciales entre el Ministerio de Sanidad y la Comunidad de Madrid pudieron ser objeto de mofas sobre el disparate competencial que nos aqueja, de no ser porque afecta a la salud pública y una auxiliar de enfermería lucha por su vida. Había que escuchar los comentarios en el seno del Gobierno regional a cuenta de la resistencia de Ana Mato a dar la cara ante la opinión pública. Lo cierto es que cuando habla se discute lo que dice y cuando calla se sospecha de sus silencios. Tampoco debería echarse en saco roto lo que se oía en pasillos de Sanidad del comportamiento de los máximos responsables madrileños.
La ministra ha reconocido su estado de postración, aunque lo hizo ante cercanos. Tanto debió tomar conciencia de dilapidar una oportunidad para ejercer su papel que defendió en privado la necesidad de un gesto de cercanía del Ejecutivo para con Teresa Romero y su familia. Pues bien, apenas 24 horas después de poner sobre la mesa Mato esa advertencia, Rajoy decidió, nada más finalizar el Consejo de Ministros, hacer una visita sorpresa al equipo médico que atiende a los aislados en el Carlos III. Y acudió sin contar con la compañía de la titular de Sanidad.
El ninguneo en todo caso todavía ha sido peor para Ana Mato con el protagonismo dado por Mariano Rajoy a Soraya Sáenz de Santamaría. Y por si eso fuera poco, la vicepresidenta ha echado mano de un propio de Mato, de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación y Alertas del propio Departamento de Sanidad, para ejercer con rigor y serenidad de su portavoz en esta crisis.
Donde la ministra ha sembrado el pánico entre la población, él ha empezado a poner el bálsamo. Es evidente que ayudará al Gobierno a salir del embrollo por la meridiana claridad con la que se ha expresado ante los medios de comunicación. Impoluto, profesional, intachable.
Ahora sí, el Ejecutivo puede encauzar adecuadamente la alerta sanitaria. Pero le corresponderá a la relegada Mato ratificar este mismo jueves esa impresión en su comparecencia parlamentaria en comisión. En el Partido Popular ya tocan madera.
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