LISTAS SIN SOSPECHAS

La agonía fuerza a Génova a testar a un ‘pata negra’ para Madrid

Hasta el martes la favorita de Rajoy era Aguirre. Ahora en Génova son legión los que piden cortar de raíz con todo aquello que huela a un pasado sospechoso

La agonía fuerza a Génova a testar a un 'pata negra' para Madrid
Esperanza Aguirre con Mariano Rajoy. TAREK

Hace ya tiempo que todos los que en el PP tienen algo que perder se pellizcan incrédulos: «¿Cómo hemos llegado a esta situación con una mayoría absolutísima y el poder territorial que tenemos?».

Cada uno tiene su explicación y, seguramente, todas son complementarias.

A saber: el hastío de las «bases» ante un Gobierno que ha mostrado con frecuencia su peor cara, la corrupción extendida frente a la que el PP se ha quedado sin argumentos, la altivez de una parte de sus mandatarios que les impide ver el problema o la apatía de Mariano Rajoy cuando debía salir a escena y procurar a la sociedad motivos a los que aferrarse.

Conforme se desciende en la escala del poder popular, la realidad revela impotencia, sonrojo, descreimiento y, también, nerviosismo. Mucho nerviosismo. Y cada uno hace lo que puede para no perder la cara.

Hasta los colaboradores más cercanos y fieles de Rajoy han dejado de considerar una ventaja el que las turbulencias las afronte un presidente del Gobierno tan calmado como él. Ya no. El «jefe» no puede ser el único en permanecer impasible mientras los pilares del sistema se tambalean a su alrededor.

Según cuentan, los ecos han llegado al hermético despacho presidencial en La Moncloa, sobre todo después de constatar que las urnas no van a llenarse precisamente de votos para el PP. Al contrario.

Por fin, parece que la corrupción ha dejado de ser para Mariano Rajoy «unas pocas cosas» (como la delimitó en un acto en Murcia, curiosamente apenas doce horas antes de que la Guardia Civil pusiese en marcha la «operación Púnica») para convertirla en prioritaria en su agenda.

Con tales mimbres, el Partido Popular no puede perder de vista una plaza que desde hace muchos años ha sido el trampolín hacia sus principales éxitos: Madrid.

Por eso, desde Génova 13 se viene testando a golpe de macrosondeo las posibilidades de algunos nombres para asumir la candidatura a la alcaldía.

Entre los nominados, una vez retirada de la carrera Ana Botella, han destacado sobre todo mujeres como Soraya Sáenz de Santamaría, Cristina Cifuentes o Esperanza Aguirre, pero acaba de ser incluida otra política popular, y con tantos o más galones que el resto: Ana Pastor.

La inclusión en la encuesta de la titular de la cartera de Fomento evidencia la necesidad del PP de sacar a la arena a un peso pesado. Pastor aportaría una imagen de eficacia en la gestión aunque, de paso, en su condición de «pata negra» del partido, puede levantar la bandera de las esencias en busca de animar a tantos «parroquianos» hoy en día alejados.

La ministra es querida en sus filas, los militantes la sienten como uno de los suyos y atesora gran capacidad de diálogo, condimento imprescindible para abordar un reto tan grande y vital como es conservar la capital de España, máxime cuando todas las encuestas dan por seguro la pérdida de la mayoría absoluta.

Tampoco es desdeñable que apostar por Pastor es cortar de raíz con el aguirrismo que ha quedado marcado fatalmente tras la escandalosa «operación Púnica».

Fuentes bien informadas han señalado a El Semanal Digital que hasta el martes pasado Mariano Rajoy apostaba por Esperanza Aguirre como candidata de su partido al Ayuntamiento de la capital. ¿Ahora?

Son legión los que en las plantas altas del cuartel general del PP piden caras nuevas en Madrid. Listas con personas jóvenes, preparadas y «limpias»: muy especialmente sin pasado ligado a cualquier atisbo de sospecha.

Además, un mal resultado en la principal ciudad española, sin duda, haría aflorar problemas internos que se traducirían en una implosión.

De hecho, si un pensamiento inunda las interioridades populares es que, si se pierde la capital (señal clara de fracaso electoral), Mariano Rajoy debería dar un paso atrás ante las siguientes generales. Todo ello, claro, tras un congreso extraordinario.

Pocas veces, pues, el panorama se descubre tan en carne viva. La disyuntiva sigue siendo: o se rompe con el pasado y hay un golpe de efecto o vendrá una ardua transición con zozobra a la espera del relevo.

Esa es la gran decisión de Rajoy. Sin matices y sin vuelta atrás. Por más que al líder del PP le gusten poco las encrucijadas.

Mientras tanto, fuera de los sosegados jardines de La Moncloa, cada vez más dirigentes del centro derecha abrazan las soluciones draconianas: que las caras más visibles de sus mandatarios, hoy tan gastadas, se hagan a un lado con generosidad para permitir la regeneración que vuelva a ilusionar a los casi cinco millones de antiguos votantes «descreídos» del PP.

Desde luego, lo que no se puede seguir cabalgando es la cobarde y suicida creencia de que lo menos malo para el Partido Popular es que sean los jueces quienes marquen la renovación.

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