MOMENTO CRÍTICO

Los daños del PP fuerzan a Rajoy a desperezarse y bajar a la arena

El presidente del Gobierno está desbordado, sus consejeros le "traicionan". Se juega todo en recuperar el prestigio de sus siglas y convencer de que esta vez va en serio

Los daños del PP fuerzan a Rajoy a desperezarse y bajar a la arena
Mariano Rajoy. IS

Será el próximo jueves 27 de noviembre, a partir de las nueve de la mañana, cuando Mariano Rajoy comparezca ante el Pleno del Congreso para defender dos leyes sobre regeneración democrática.

En una de ellas, la que profundiza en las reformas con un cambio en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, incluirá la obligación de devolver lo defraudado y de dejar el cargo público si se abre juicio oral, y la agilización de los procesos penales.

En realidad, nada nuevo bajo el sol.

El Gobierno viene hablando de esto mismo desde hace más de dos años. Lo significativo es que sea en esta ocasión el presidente quien agarre el toro por los cuernos.

Es decir: toda una confesión al máximo nivel del sobrecoste de la corrupción, que socava la confianza en los políticos y mina el crédito del país.

Sí llama sin embargo la atención el cambio de actitud de Rajoy, quien en Cáceres -reciente el escándalo de los viajes privados de Monago a Canarias como senador– se comprometió «a tomar la iniciativa contra la corrupción».

Un discurso, sí, muy distinto al que pronunció el presidente sólo unos días antes en Murcia, en otro acto del PP, cuando desdeñó las imputaciones y autos judiciales que sacuden sus siglas: «Ya sé que se han producido algunas cosas que no nos gustaría que se produjeran, pero estamos tomando decisiones y la Justicia está actuando. Dejémosla trabajar. Unas pocas cosas no son los 46 millones de españoles», aseguró Mariano Rajoy.

Curiosa manera, desde luego, de trasladar normalidad a unos ciudadanos tan hastiados como para echarse en brazos de Podemos al creer que el auténtico problema de España es una clase política corrupta, sorda y engreída a la que hay que jubilar.

Desde luego el presidente no tuvo el don de la oportunidad cuando se lanzó así al vacio. Porque, además de debilitar su propia imagen y la del PP en un momento delicado, justo al día siguiente de su desdén estalló el caso Púnica del que Rajoy, para más inri, era conocedor con 72 horas de antelación. No en vano, el juez Eloy Velasco ya había pedido al director de la Benemérita, Cuco Fernández de Mesa, un amplio despliegue de guardias civiles.

Quien en La Moncloa recomendó al «Jefe» salirse por la tangente le colocó en la peor de las imposturas: la corrupción es una losa y Rajoy, por su error, tuvo que volver otra vez al confesionario del Senado para pedir disculpas.

En todo proceso de control de daños los tiempos son esenciales. Pero Mariano Rajoy aún piensa con la clásica técnica del periodo legislativo, a cuatro años vista. Esto es: todo tiene arreglo en el tramo final de un mandato. Sin embargo, en la era de Internet, la inmediatez debe ir grabada a fuego en las estrategias políticas.

El presidente del Gobierno escenificará esta semana en el Congreso la recuperación de la iniciativa, aunque es una lástima que haya tardado tanto en comprenderlo, porque podría haberse evitado tan desgarrador desgaste. Más cuando está metido ya de lleno en período electoral.

El desprestigio de la clase política es una realidad. Y exige respuestas audaces. Poco ayuda en ese sentido aprobar nuevas reglas internas para, por ejemplo, seguir manteniendo en el más estricto secreto los viajes de los parlamentarios.

Después de días de pisar el acelerador de las negociaciones entre PP y PSOE, su acuerdo de «transparencia» sólo llega a la publicación por las Cortes de los gastos trimestrales, en genérico, de cada grupo parlamentario. Toda una burla al clamor de la calle.

Sin duda, populares y socialistas viven todavía más alejados de los ciudadanos de lo que se pensaba. En su realidad paralela no entienden que ningún político puede ya tener miedo a rendir cuentas de la gestión del dinero público. Menos aún creerse con derecho a gozar de privilegios por su posición de poder.

De ahí, supongo, que esta semana los nervios hayan estado tan desatados en los pasillos del Congreso de los Diputados. Algunos políticos, más perspicaces, se dan cuenta del precipicio al que les dirigen quienes no se quieren enterar del tiempo nuevo por el que se corre .

Incluso se ha podido escuchar a su vicepresidenta, la veterana Celia Villalobos, manifestar en público a unos periodistas: «Si ser diputado es un chollo, preséntate tú en una lista».

Me da a mí la impresión, querida Villalobos, de que no debes insistir demasiado en esto: tampoco hace falta. Porque tus sustitutos –pregúntaselo a Pedro Arriola, que te queda cerca-ya están de camino.

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