Una vez dinamitada la frágil coalición con los moderados, sólo restan elecciones anticipadas
No hay país democrático en el mundo donde sea más complicado formar gobierno que Israel.
Víctima de una ley electoral proporcional, que hace imposibles las mayorías absolutas y da escaños a pequeños partidos de todos los colores, es comprensible que nunca en su historia un primer ministro haya completado una legislatura completa.
Tampoco existe en el planeta un país que genere militares tan arriesgados ni políticos tan echados para delante. Benjamín Nentanyahu, hermano menor de un héroe que cayó liderando el comando que liberó en 1976 a los 250 pasajeros del Airbus secuestrado por los terroristas en el Aeropuerto de Entebbe, es el prototipo del político que se la juega.
Lo hizo el 23 de noviembre cuando impulsó la ley que convertirá a Israel en ‘Estado Judío, para escándalo de buena parte de la comunidad internacional y lo hizo ayer expulsando de su gobierno al ministro de Finanzas, Yair Lapid y a la ministra de Justicia, Tzipi Livni, por criticarle.
Una vez dinamitada la frágil coalición con los moderados, sólo restan elecciones anticipadas y tal como pintan las cosas, recientes varios atentados y con la ciudadanía entre confusa e irritada al ver que cada vez son más quienes reconocen el Estado Palestino – ayer lo hizo el parlamento francés, siguiendo la estela del español y el británico- me da que Nentanyahu vuelve a ganar.
Lo que no tengo claro es que pueda formar gobierno.
