Eran alrededor de las 18.15 horas del martes 2 de diciembre cuando sonó el teléfono fijo del despacho de Alfonso Alonso en el Congreso de los Diputados. Al otro lado del hilo telefónico, Mariano Rajoy le sorprendía con la decisión de nombrarlo ministro de Sanidad. Luego el presidente, antes de colgar, le dijo: «La verdad es que estarías bien en cualquier Ministerio».
Poco más tuvo que decir Rajoy, quien inmediatamente dio cuenta de su elección a la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, para que hiciera pública la noticia.
Toda una prueba del estilo Mariano Rajoy.
Y un auténtico «golpe de efecto», como reconocían en el Partido Popular.
Con su ascenso al sillón ministerial, Alonso ha visto recompensada su delicada tarea de portavoz parlamentario en una Legislatura caracterizada por la crisis económica.
Las ideas claras, un carácter cercano y directo y su capacidad para formar equipos (Rafael Hernando, Rafael Merino o José Antonio Bermúdez de Castro son buen ejemplo, entre otros) han permitido a este todoterreno de la política mantener cohesionado y engrasado el Grupo Popular a lo largo de tres años y culminar las tareas que desde La Moncloa se le pedían. Muchas de ellas, nada sencillas.
Alfonso Alonso ha tenido la inteligencia de soltar lastre nada más poner pie en Sanidad. El evidente desgaste de los responsables de la salud pública en los segundos niveles, tras lo sucedido en la crisis del ébola, recomendaba la sustitución de Pilar Farjas, mano derecha de Ana Mato en el Ministerio, y de Mercedes Vinuesa, hasta hace unos días directora general de Salud. El desenlace ha sido el deseado por todos en el departamento. Alonso siempre ha preferido a quienes suman.
Ahora se han puesto de moda en la sede ministerial las «tormentas de ideas». Es la manera de trabajar de Alfonso Alonso, un político moderno que sabe de la importancia del trabajo en equipo y de la comunicación. Así, reunió a los asesores al poco de llegar y tomó nota de sus sugerencias antes de zambullirse en su estreno en la sesión de control al Gobierno desde la bancada azul de la Carrera de San Jerónimo.
Con todo, no era sencillo imaginar la gruesa munición con la cual iba a recibirle la diputada socialista Carmen Montón, llamándole «verdugo» de mujeres. Eso sí, la respuesta del nuevo ministro (tirando del arma dialéctica más potente que hay: la ironía) no tuvo desperdicio: «En una semana en el Ministerio no me ha dado tiempo a acabar con el Estado de Bienestar».
Alonso prepara una intensa agenda estos próximos meses, con las elecciones municipales y autonómicas en el horizonte y luego las generales. El ministro aspira a que su departamento tenga un protagonismo social y mediático importante. Es lo que necesitan su Gobierno, su partido y, lo más importante, un país que ha visto cómo la crisis ha machacado a tanta buena gente.
La violencia de género, sin duda, siempre debe ser una preocupación del ministro de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Claro. Pero si en algo se la juega Alonso es a la hora de dar los pasos que conviertan la defensa de la familia en un eje referencial de la tarea de un equipo político de centro derecha.
Una última cosa: la designación de Alfonso Alonso puede parecer, más allá de sus méritos, fruto de la ascendencia de Soraya Sáenz de Santamaría sobre Mariano Rajoy.
De hecho, es una de esas actuales leyendas urbanas que recorren de norte a sur la opinión pública, como el frio viento serrano, hasta que te calan los huesos.
Hablar de «familias» en el PP no es nunca un buen asunto. Sobre todo cuando nos referimos, como en el caso de Alonso, a personas con una dilatada carrera política.
Por eso, en este caso concreto me atrevería a hablar –mejor que de «difusas» alianzas internas– de estar ante un muy destacado miembro de la nueva hornada del Partido Popular que por fin ha saltado al Gobierno tras una rica experiencia pública adquirida durante años.
