Manuel Rivas escribe ‘El dedo’ en El País, que comienza así:
El gesto del dedo a la boca del ministro de Defensa en el Congreso responde a un software imperativo que ha amilanado nuestra historia. Quevedo ya se rebeló hace siglos contra ese dedo intimidatorio, «silencio avises o amenaces miedo», con su pieza de hip hop: «No he de callar».
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En estos casos, lo más conveniente para el sistema sería apagar los cacharros y reiniciarlos. Entre las novedades del Congreso Mundial del Móvil se ha echado de menos una herramienta para desarrollar la más fascinante aplicación humana: la de escuchar. Con un simple giro de la cabeza, y una sutil inclinación, el ser humano puede escuchar al otro. Escuchar es lo contrario de dominar. El primer maltrato es no escuchar.
Continúa:
El carisma se debería medir por la capacidad de escucha. Así llamaban, el Escucha, al marinero capaz de entender lo que murmura el mar: anticipar la tormenta o la bonanza. Y no parece mala tesis la de que Dios inventó al ser humano para oírle contar cuentos.
Finaliza:
Claro que el escuchar tiene sus riesgos. Como cuando Max Jacob, vanguardista y místico, fue a conversar con la virgen del Sacre-Coeur y esta le espetó: «¡Mira que eres feo, mi pobre Max!».